Barcelona
La mutación de Messi por Julián Redondo
Coincide la reflexión de Cristiano Ronaldo con la exaltación –de exaltarse, de perder los estribos– de Lionel Messi. El primero piensa que la ventaja que le lleva el segundo en las tablas de popularidad obedece a lo que él entiende como su abnegación en el campo, y otros, sencillos mortales, como chulería. Tan tibios golpes de pecho invitan a pensar en un arrepentimiento por actitudes criticables y en una inmediata corrección de modales, justo cuando al segundo se le empiezan a ver costuras de divo. El fenómeno podría ser un trasvase o, lo que es más probable, un contagio propiciado por el Puente Aéreo o por la coyuntura del Balón de Oro, que a estos mozalbetes pone de los nervios y a la «canallesca» nos sirve de entretenimiento a falta de noticias verdaderas, ahora que el periodismo de investigación renace con Twitter.
Bajo el lema «que salga el siguiente», a Messi le están descubriendo, también en Barcelona, debilidades que ni siquiera se apreciaban en el soberbio Cristiano. Por ejemplo, que quizás Etoo le estorbaba y le mostraron la salida; con Ibrahimovic no hay quizás, le traspasaron porque le robaba el aire; luego, la reprimenda a Tello, la patada a Bartra en un entrenamiento, la rebelión de los canteranos contra el mito y el portazo de Guardiola; después, la bronca con Villa por un «por qué no me has pasado ese balón» y la mirada asesina en el penúltimo partido por idéntico motivo; entre ambas, el puñetazo en la espalda a Vila, del Celta. Atención, pregunta: ¿será Villa el siguiente?
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