Bruselas

Piropos: vejación o galantería

Está pasado de moda y hasta mal visto. Pero el piropo se resiste a morir y ellas también quieren participar

Las mujeres siempre han sido piropeadas, pero cuando el cultivo del ingenio traspasa los límites del buen gusto puede entenderse como vejación, una acción contra su derecho a la intimidad. En la imagen, dos mujeres acaparan la atención de un caballero que
Las mujeres siempre han sido piropeadas, pero cuando el cultivo del ingenio traspasa los límites del buen gusto puede entenderse como vejación, una acción contra su derecho a la intimidad. En la imagen, dos mujeres acaparan la atención de un caballero quelarazon

El pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la debacle consecuente de todo el negocio han cambiado nuestra cotidianidad más de lo que nos cuentan. Toda una industria de pequeñas peculiaridades se ha venido abajo con la caída de la construcción. Los ejemplos más notables: la extinción de aquellos grupúsculos de ancianos arracimados ante las vallas de obra –¿qué esperaban ver?– y el remate final a la controvertida práctica del piropo. Muerto el perro (el peón de albañilería), se acabó la rabia. Pero... ¿se acabó? El piropo, cultivado como galantería desde que el mundo es mundo por gentes de toda condición, estaba en las últimas, fuerza es reconocerlo. En los últimos años –años de ligoteo fácil, sin el acicate de la represión– quedó reducido a una práctica callejera mal vista, asociada al comentario semi ofensivo del peón y el niño poligonero. Ahora, el debate vuelve al foro público a raíz de un documental belga en el que se retratan las vejaciones sufridas por mujeres ante los comentarios masculinos, especialmente de la comunidad inmigrante. «No me siento libre en la calle», afirma Sofie Peeters, autora de las grabaciones con cámara oculta que delatan este problema en la «fría» Bruselas. El temor de las chicas retratadas llega a tanto que incluso prescinden de minifaldas y escotes cuando circulan por las calles.

«Violencia invisible»
La joven Peeters, como otras tantas mujeres, catalogan el piropo como «violencia invisible» contra la mujer y piden que se actúe judicialmente contra estas «agresiones». De igual opinión era la ex ministra Bibiana Aído –¿qué habrá sido de ella?–, quien planificó penas de cárcel o sanciones de hasta 3.000 euros para quienes usaran expresiones en la vía pública que atentaran contra la mujer. Pero... ¿se puede generalizar en esta materia? Los expertos creen que cuando el cultivo del ingenio traspasa los límites del buen gusto puede entenderse como vejación, una acción coercitiva contra la libertad de la mujer y su derecho a la intimidad. Sin embargo, es harto complicado establecer normas concretas contra esta práctica. «En muchos casos, depende del contexto, de la actitud del emisor del piropo y su intencionalidad y, más importante aún, de la actitud de la receptora, de cómo tome el comentario en cuestión y qué valor le dé». Curioso e impredecible fenómeno: el piropo te puede llevar al altar o a comisaría.
En tiempos de nuestros padres y abuelos (años de carabinas y serenos), el piropo, amén de ser menos hortera en general, cumplía su función social y hasta moral de desfogue inocuo.
Cultivado con salero y habilidad, podía valer incluso lo que una greguería, una acotación callejera digna de un Jardiel o un Neville. La mujer que no se envanecía con el piropo sabía al menos responder con igual ingenio y cuadrar así el círculo del sainete. A aquel arte del requiebro le faltan, desde luego, acólitos como dios manda. Se escucharán estos días en la madrileñísima Verbena de la Paloma, pero será ya como reliquia, no como la actualidad fecunda que un día fue en aquella España que hasta los setenta (Trapiello dixit) fue cervantina.

Inconcebible hubiera sido en aquella España lo que en cambio ocurre de un tiempo a esta parte, que ellas también saben silbar al paso del «gachó» e incluso desatar la lengua. Sigue siendo raro encontrar el piropo callejero en las mujeres y, por regla general, acusa la misma falta de imaginación y la grosería que se estila últimamente entre el género masculino, pero, cuando se camufla en la masa, la mujer se crece. Deportistas, cantantes y guapos en general son los destinatarios de sus comentarios, muchos de los cuales no envidiarían a los del más reputado camionero. ¿Podrían llegar a entenderse como «agresiones» al destinatario si éste fuera un hombre? Cuestión peliaguda.