Barajas
Vaudelet lo borda
El diseñador da una lección de costura fuera del calendario y sin el respaldo de Cibeles en sus propuestas para la primavera de 2013
No falla. Ni en un remate. Tampoco al bies. Vino de la Bretaña para quedarse. Y menos mal que no se ha ido. Porque, aunque tiene acento francés –en el logos–, su copyright ya es español. Una pyme de cinco personas que se duplica cuando se acercan el desfile y los pedidos. «En algún momento había que dar un paso adelante para tener un nombre propio. Aunque hay que luchar mucho y tener aguante, merece la pena», explica Nicolás poco antes de su segundo desfile en solitario, con esa humildad que no pierde y que es directamente proporcional al talento de su aguja.
Aunque había sido conocido y reconocido por su labor en El Caballo, alguien desconfió de él cuando quiso independizarse y no le dejaron desfilar en Cibeles. Ahora hay quien se lleva las manos a la cabeza por ese veto. Entre otras cosas, porque Vaudelet hace costura. Uno no sabe si alta o altísima. Lo que está claro es que la baja –aquella que sólo sabe de copias y trasquilones– se queda para algunos que dormitan a golpe de subvenciones por la pasarela madrileña. Vaudelet se formó con una lista de grandes que no acaba –Gaultier, McQueen, Jacobs–, se doctoró en piel y acento andaluz con la firma sevillana y ayer demostró que no le hace falta ir al galope para dominar, por ejemplo, el pecarí, ese cuero que da forma a los guantes y que él se lo lleva para dar vida lo mismo a trajes que a las bomber.
Y ese don de poder recrear lo que ya existe bien lo podría certificar Eugenia Silva –lo experimentó con el vestido joya que le cosió para el aniversario de la revista Glamour–, pero la «top» se quedó atrapada en Manhattan por el huracán «Sandy» y Vaudelet tuvo que desfilar sin su diva en el «front row». Claro, que a él no le hace falta «celebrity» que le aplauda. Le basta y le sobra con su madre y su tía –que sí estaban–, pero sobre todo, con sus prendas. Ésas que se mueven solas y que han enamorado de tal manera a una compradora kuwaití que ayer mismo aterrizó en Barajas en su jet privado, llegó, vio el pase y hoy se vuelve con la compra hecha. ¡Y qué derroche! Es complicado averiguar qué no se llevó para vender en el más allá. Lo mismo podía haber tirado del chubasquero de piel en mostaza que de los vestidos en seda de noche que juegan a ser camisetas con fruncidos. O de ese pantalón de pinzas maxi de corte marinero que respira el aire del cabo de Fréhel, el pueblo en el que Nicolás se curtió y que empapa cada una de las piezas de piel que expuso con una vuelta de ingenio. Las costuras se veían, pero sólo como el creador quería. El revés por el derecho y los forros para el exterior.
Maestría, como sus cuatro «looks» para el hombre, lides en las que estrenaba pero que no sonaban a novato. ¿Su aportación más personal para el perchero de la primavera que viene? Las mangas pañuelo que impactan en unas siluetas limpias y la superposición de tejidos para reinventar el color de las prendas, como el azul del lino, el oro del trigo y el envejecido blanco del vestido de novia en algodón con muselina.
Y en pleno embobamiento, fin del desfile. Pero no del trabajo. Hoy mismo, se pone manos a la obra para preparar el vestuario del próximo montaje del Ballet Nacional de España y para abrir su nueva tienda en el barrio de Salamanca. Le hicieron abdicar de Cibeles, pero Nicolás I de la Bretaña tiene pasarela donde reinar. Y lo más importante, quien le compre.
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