Dieta mediterránea

Dieta mediterránea, sinónimo de salud. Aunque no todo el mundo la entiende igual. Proliferan interpretaciones restrictivas, que descontextualizan la dieta mediterránea de la actividad física y que la restringen a unas pocas categorías alimentarias… que son todas las que están, pero no están todas las que son.
La maravilla de la dieta mediterránea es contar con una amplia gama de alimentos de reconocido potencial saludable que, sensatamente combinados, dan lugar a un patrón dietético idóneo. Pero los excesos interpretativos están contribuyendo a instalar modelos de Dieta mediterránea que difieren del que ha sido el patrón alimentario de los países de la cuenca mediterránea durante siglos.
No estamos propugnando un consumo desmesurado de productos que deberán visitar la dieta diaria tal como lo indican las actuales pirámides nutricionales, avaladas científicamente. Pero tampoco se trata de prescribir tales alimentos. Las carnes son ejemplo paradigmático de exclusión de esa dieta mediterránea teórica… cuando pollo, conejo, cerdo, ovino y vacuno, han estado presentes en la alimentación de nuestros ancestros junto con el pescado, el aceite de oliva, las frutas y las hortalizas. Veamos el caso del jamón.
Las primeras referencias escritas de la salazón de carne de cerdo aparecen durante el Imperio Romano, siglo II A.C. También en época romana aparecen los primeros indicios del curado del jamón en España, los famosos «pernac cerretanae» de Hispania, que figuraban en la tarifa de precios de Diocleciano, a los que aludía Marcial en sus versos. Existen monedas alusivas al comercio del jamón en tiempos de Augusto, Agripa… Encontramos referencias más recientes al jamón en textos del Arcipreste de Hita, Cervantes, Lope de Vega… Todas, con más solera que el estudio de Ancel Keys, mediados del XX, que acuñó el término de Dieta mediterránea» tal como hoy pretenden imponerlo algunas corrientes. La dieta común en aquél Nápoles de posguerra no es la dieta mediterránea.