Literatura

Alicante

Murcia territorio hernandiano

Un estudio elaborado por los historiadores Francisco José Franco y Dolores Sánchez descubre al poeta oriolano como nexo de unión entre escritores murcianos y alicantinos

Miguel Hernández (quinto derecha) en una excursión a Cabo de Palos con escritores y amigos murcianos
Miguel Hernández (quinto derecha) en una excursión a Cabo de Palos con escritores y amigos murcianoslarazon

MURCIA- Veinticinco kilómetros de distancia y un mismo río. Murcia y Orihuela, dos ciudades bajo un único cariz, levantadas con el molde común de la cuenca del Segura, de su paisaje y de su huerta. A pesar de quedar separadas por un límite provincial, ambas son partícipes de una misma historia, una idéntica idiosincrasia y, aunque de forma muy diferente, son escenario de la vida del poeta Miguel Hernández, musa de sus creaciones y materia de muchos de sus poemas. Hoy se cumplen 100 años del nacimiento del poeta oriolano, y la Región, como tantos otros territorios por los que vaga la lengua castellana, recuerda a Hernández y, de manera especial, su andar tranquilo por algunas de sus calles.
Dada la cercanía entre Murcia y la localidad donde nació el poeta, no resulta extraño que éste visitara la Región en repetidas ocasiones y que, con ello, proliferara la amistad entre él y otros escritores coetáneos de la zona. El matrimonio compuesto por Carmen Conde y Antonio Oliver fue, sin duda, el mayor activo de un poeta cautivado por la tierra murciana y sus playas, interesado por su cultura e, incluso, fugazmente enamorado de una de sus mujeres: María Cegarra. Así lo refleja el reciente estudio elaborado por los historiadores murcianos Francisco José Franco Fernández y Dolores Sánchez Corbí, que ambos presentaron esta semana en el III Congreso Internacional Miguel Hernández.
La relación del poeta oriolano con la Región estuvo presente desde sus primeros días, teniendo en cuenta que Murcia era la capital de provincia más cercana a su localidad de origen. Sin embargo, es a comienzos de los años 30 cuando esa relación se intensifica, propiciando encuentros muy relevantes en la carrera literaria del, por entonces, joven poeta cabrero. En julio de 1932, Miguel Hernández visita los talleres del diario La Verdad, lugar donde unos meses más tardes comenzaría a imprimirse su primer libro: «Perito en lunas». Así lo narraba una crónica publicada por el mismo diario el 10 de julio de ese año: «El otro día estuvo en nuestra redacción el poeta oriolano Miguel Hernández […] Le acompañó en su silencio de breñal el culto escritor Ramón Sijé, también oriolano y joven, que nos contó la vida incesante del poeta y nos dio un recital de versos». Según el escritor alicantino José Luis Ferris, autor de una de las mejores biografías sobre la vida y obra de Hernández, fue Ramón Sijé quien estableció los lazos necesarios entre su amigo poeta y el mundo editorial de la Región. «Sijé propició una estrecha relación con Antonio Oliver Belmás, que sería enormemente provechosa para Miguel, ya que Oliver facilitó el terreno para que ambos amigos visitaran los talleres de La Verdad». Fue entonces cuando se fraguó la primera publicación de un joven Hernández ansioso por darse a conocer en los más prestigiosos ambientes literarios, tras el fracasado intento de su primera y más corta estancia en Madrid.
Como señalan los historiadores Franco y Sánchez en su estudio, es en enero de 1933 cuando se produce en la ciudad de Murcia el histórico encuentro entre Miguel Hernández y otro de los grandes poetas de la literatura española: Federico García Lorca. Aprovechando que el escritor granadino se encontraba en la capital del Segura realizando una gira con «La Barraca», Raimundo de los Reyes, encargado de la publicación del «Perito en lunas» de Hernández, hizo coincidir en su casa de la calle de La Merced a los dos grandes poetas. «Esta entrevista murciana sería el principio de una relación curiosa, a la par de compleja, entre dos escritores que quedarían unidos por el común trágico destino de sus vidas», indica el reciente estudio de los historiadores. En este encuentro, Lorca alabó desinteresadamente los versos del joven cabrero y ofreció su ayuda para darlo a conocer en el mundillo literario madrileño. Hernández tomó el guante y comenzó ese día una intensa correspondencia con su nuevo colega. Con el tiempo esta circunstancia se conviritó en un incordio para el poeta granadino, que dejó de contestar las cartas de Hernández e incluso manifestaría en un futuro su incomodidad ante la presencia del oriolano en los círculos literarios de la capital de España.

Hernández en Cartagena
Durante la gestión de «Perito en lunas», un libro que, como indica José Luis Ferris, muestra «el hermetismo y el enigma de la poesía en la que creía ciegamente Miguel en ese periodo de su vida», el poeta de Orihuela forja una gran amistad con escritores coetáneos de su cercana Cartagena. Franco y Sánchez establecen en su investigación que «la estrecha amistad que unió a Miguel Hernández con Carmen Conde y, su marido, Antonio Oliver fue, sin duda, una de las claves de la proyección nacional de los intelectuales cartageneros de la época». El fervor de ellos por la figura de Gabriel Miró, compartida con los hermanos Cegarra y Antonio Ros, impulsó los lazos entre los mundillos literarios de Alicante y Murcia. Todos ellos se convierten en grandes amigos desde la aparición del número extra del periódico oriolano «El clamor de la verdad», dedicado a Miró y en el que Hernández publicó su poema «Limón».
Entre ellos, María Cegarra compartió con el poeta oriolano un apego especial que años más tarde evolucionaría en amor no correspondido. «Existen unas cartas, poco conocidas a nivel nacional, en la que se vislumbra una intensa relación entre ellos, truncada en 1935 cuando Miguel Hernández se compromete con Josefina Manresa», explican Francisco José Franco y Dolores Sánchez. Tiempo después de conocer a Cegarra y, ya instalado en Madrid, Hernández interrumpe su relación con su novia de toda la vida, Josefina Manresa. Como señala Ferris en su biografía, es Maruja Mallo quien ocupa el corazón del poeta durante ese tiempo, aunque tal relación naufraga meses más tarde con doloroso resultado para Hernández. Antes de retomar su amor con Josefina Manresa, el poeta oriolano intenta cautivar a su vieja amiga, María Cegarra, sin lograr ser correspondido, aunque dejando para el legado hernandiano poemas como «Cristales míos».
Además de Cegarra, el vínculo de Miguel Hernández con la Región se completa con la amistad de Carmen Conde y Antonio Oliver. El 28 de julio de 1933, el poeta oriolano recita en la Universidad Popular, por mediación del matrimonio, varias de sus composiciones. Desde aquel verano, la relación de Miguel Hernández con el círculo cultural cartagenero se amplía, publicando en la prensa de la ciudad portuaria diferentes trabajos. Como señala la investigación elaborada por los historiadores Franco y Sánchez, dos años más tarde, el 27 de agosto de 1935, con motivo del tricentenario de Lope de Vega, Hernández ofrece en el Ateneo de Cartagena un recital de versos escogidos del «Fénix de los ingenios». «Al día siguiente acompaña a Carmen Conde y su marido en una excursión a Cabo de Palos, donde recordaron a Gabriel Miró con la lectura del poema ‘El caracol del faro', obra que está inspirada en las visitas nocturnas del escritor alicantino al Faro de Cabo de Palos», explican Franco y Sánchez.
En 1936, la relación de Miguel con la Región se centra en la publicación de varios artículos en la prensa cartagenera, en homenaje a Ramón Sijé. Sin embargo, tras esa última colaboración, la Guerra Civil rompe de manera definitiva los lazos de amistad, amor y cultura entre los escritores murcianos y alicantinos, destrozando los sueños de una Generación irrepetible, en cuyo nexo de unión se erigía la figura del gran poeta Miguel Hernández.