Europa

Barcelona

River llora su descenso

Tras el descenso, la pena de los hinchas de River Plate se transformó en ira y ésta en una «guerra civil» en el estadio y los alrededores. Los 2.500 policías no pudieron contener a los más radicales, que accedieron a la zona noble del estadio rompiendo todo a su paso.

Un grupo de policías trata de contener a los aficionados más radicales de River en una de las gradas del Monumental
Un grupo de policías trata de contener a los aficionados más radicales de River en una de las gradas del Monumentallarazon

Su objetivo era arrasar la sala de trofeos, que había sido fortificada horas antes. Los jugadores locales pasaron allí la noche para evitar sumarse a la lista de heridos (43 al cierre de esta edición) mientras los directivos se refugiaban en el vestuario. La batalla se había desatado fuera y era por su culpa. Los catorce millones de aficionados que por todo el mundo llevan una banda roja cruzada en el pecho lloraron el descenso a Segunda de su equipo del alma.

River Plate manchó 110 años de brillante historia con un descenso que llevaba tiempo amenazándolo y que se hizo realidad con un triste empate (1-1). Los catorce millones de hinchas «millonarios» llevaban varias noches sin dormir esperando el choque de vuelta de la promoción ante Belgrano. No veían el momento de comenzar a remontar los dos goles de desventaja que se trajeron de Córdoba. Mucho antes de que rodase el balón, las gradas del Monumental estaban llenas de seguidores que no dejaban de animar a un césped desierto. Estaban impacientes, pero también temerosos de que los peores pronósticos se cumplieran.

Los allí presentes y los catorce millones que viven por el mundo se ilusionaron con el madrugador gol de Pavone, que dejaba la salvación a un paso. Sintieron algo parecido al optimismo cuando en el primer tiempo parecía que Lamela se iba a poner al mando para hacerles felices y se lamentaron cuando el árbitro no vio un claro penalti a su favor. El descanso lo vivieron con prisa, porque era un obstáculo que les separaba de alcanzar la paz, pero quizá hubieran preferido que el segundo tiempo no hubiera empezado nunca. Los futbolistas riverplatenses volvieron entonces a su peor versión, la habitual últimamente, en la que abunda el miedo al fracaso y hay poquísimo fútbol.

Este River que lleva tres temporadas negando su historia y que ha acabado en Segunda (en Argentina la llaman Nacional B) no es el de la «Máquina» de Muñoz, Moreno, Labruna, Pedernera y Loustau, donde un tal Di Stéfano era suplente. Tampoco tiene mucho que ver con el que lideró Francescoli o en el que Sívori se encargaba de hacer los goles. Tampoco tiene muchas similitudes con el de la buena época del «Burrito» Ortega, o del que salieron Crespo, Gallardo o Saviola hacia Europa. River ahora es un equipo destruido económica y deportivamente, al que las ganas por vender rápido a las nuevas figuras le han dejado sin ellas.

Pierde toda Argentina
El ánimo general es de luto. Se va a la Nacional B el equipo al que se considera el Real Madrid de Argentina, el club con más títulos en el país, el único junto a Boca e Independiente que nunca había descendido. Hasta ayer. Desciende River, pero pierde todo el fútbol argentino. Hasta Riquelme, el símbolo de Boca, el eterno enemigo, lo echará de menos. «Queremos un rival», dice. Aunque sus aficionados festejan la caída como si fuera un título propio. Para la historia quedarán Passarella y J. J. López como el presidente y el entrenador que le llevaron al desastre. Passarella, un mito como jugador, el capitán de la Argentina que ganó el Mundial 78, llegó a la presidencia buscando los 250 millones de dólares que «se perdieron» durante la gestión de José María Aguilar. La consecuencia de años y años de robo en los traspasos.

Desde el de Saviola al Barcelona. El «Kaiser» no los encontró y el equipo se fue al descenso. Passarella tendrá que marcharse, aunque no tenga la culpa. Igual que J.J. López, el entrenador que completó la mejor temporada de River en los últimos tiempos. Pero el sistema argentino valora el promedio de los últimos tres años. Y la suma llevó al club a la ruina. Ahora lo complicado es la vuelta. El club pierde muchos ingresos, principalmente por televisión, y tampoco le quedan jugadores por vender para saldar las deudas. Las barras bravas, los ultras, se indignan porque también pierden su negocio. Ellos manejan todos los ingresos que se generan alrededor del estadio, desde la venta de «choripanes» a los aparcamientos. Pierden todos.