Marbella
Bienvenida Mrs «O»
Me cuentan que está Marbella alborotada y de todas partes llaman para invitaciones a saraos con un tono confidencial diciendo: «Tienes que venir, porque es muy probable, casi seguro, vamos, fijo que… Ya me entiendes…». Cogido. Lo que venden es la hipotética presencia de Michelle Obama como aderezo, reclamo y relumbrón para hacerse la foto y fardar de altas relaciones públicas. Las vacaciones de la primera dama en la Costa del Sol son vistas por la fauna abrasada de la zona como si les viniera Dios a ver. Poco importa que vaya a un superhotel cerca de Estepona del que no va a tener necesidad de salir, porque la presunción puede con todo y ya es fácil imaginársela como íntima de Gunilla desmelenándose de fiesta en fiesta y parando con el carro de la compra en Cartier, Gucci y todas las tiendas en decadencia mientras un tío de la CIA con blazer y pantalones rosa va detrás pagando con la Visa de fondos reservados. ¿De verdad piensan que con la señora «O» se va a lograr un renacer resplandeciente de Marbella? Ya se sueña con que vuelvan los jeques árabes a gastarse los petrodólares y dar propinas millonarias mientras hacen de vientre en la piscina. Regresar al primer plano internacional, revivir los tiempos de amor y lujo de Alfonso de Hohenlohe, Ira de Fustenberg, Jaime de Mora, Sean Connery, Deborah Kerr, cuando la costa era una película de exquisitez distinguida. Pero ya es difícil levantar de sus cenizas a esa Babilonia que se sostiene sobre las ruinas de la avaricia de los Gil, Cachulis y sus semejantes, paisaje catastrófico de resacas de ladrillo, reserva de señoras calcinadas en un pintoresco proceso de momificación, carreteras de farlopa, jungla de rusos rapados y fornidos con paquetón a los que se acercan las entretenidas diciendo aquello de «¿Llevas una Uci automática bajo la bragueta o es que te alegras de verme?». Un lugar donde lo único que queda de antiguo tipismo es tomarse unos whiskys con Luis Ortiz. Entre todo esto, se olvida que la señora Obama acude allí buscando un destino barato para ahorrarse el dineral que costaba el veraneo en Marta's Vineyard. A pesar de su pasión por los trapitos, poco va a servir como elemento revitalizador de la economía. Como una nueva versión de «Bienvenido Mr. Marshall», es posible que a Mrs. «O» al final no le vean el pelo. Eso, o que se vaya pitando a Mallorca. «She can».
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