Siria
«No tenemos ni para vendas»
En Azaz se acoge a los refugiados que huyen de Alepo camino de Turquía
AZAZ- Mayda, de 20 años, perdió a su marido en un bombardeo en Latakia hace una semana y hace dos días a su hermano, cuando las fuerzas del régimen bombardearon su vivienda en el barrio de Hanano en Alepo. Mayda y sus tres hijos pequeños llegaron el viernes de madrugada a Azaz, donde viven más de 400 familias que han huido de la violencia en la capital económica siria. Azaz se ha convertido en la puerta de entrada de desplazados de la milenaria Alepo y localidades vecinas, y la de salida de miles de refugiados que han decidido huir a Turquía. Desde que Azaz se liberó el 20 de julio, muchos desplazados han optado por quedarse en la localidad fronteriza.
«No tenemos leche en polvo ni pañales para los niños», se queja Mayda, que comparte un aula con otras tres familias de Alepo en una de las escuelas que el comité de refugiados de Azaz ha preparado para cobijar a los refugiados. «Mi pequeño está enfermo, tiene una alergia en la piel y no podemos encontrar la crema que necesita», advierte la refugiada. «Lo he perdido todo. A mi marido y ahora la vivienda de mi hermano, donde nos trasladamos después que muriera Ahmad[el marido]». Su esposo era el único sustento de la familia. «Tengo tres bocas que alimentar y mi hermano tiene otros cinco hijos y una mujer», suspira desesperada.
La vida de los desplazados transcurre lentamente. «Nos pasamos todo el día aquí. No hay nada que hacer. Los niños no tienen juegos para distraerse», explica Mariam, que llegó a principios de Ramadán, cuando las tropas sirias empezaron a bombardear Saladino. «Mis hijos estaban aterrados y decidimos marcharnos». Al principio, continúa, «íbamos a ir al campamento de refugiados de kilis (en la frontera turca), pero mi primo, que está allí con su familia, me dijo que no quedaban tiendas vacías».
La Media Luna Roja Siria se hace cargo de los desplazados en colaboración con el comité para los refugiados, que sostiene que «apenas pueden manejar la situación». «Son demasiadas familias las que han venido. Los vecinos nos están ayudando con comida y mantas. Pero necesitamos la ayuda de las agencias humanitarias internacionales», reivindica Hasan Wasim, encargado del comité para los refugiados. Azaz se organizó rápidamente cuando fue liberada. «Muchos edificios estaban destruidos, no había agua corriente, ni electricidad. Así que nos organizamos para poder limpiar los escombros y restablecer los servicios básicos», apunta Hamid Hayamat, líder del Comité Político. «Les pedimos a los funcionarios que no abandonaran sus puestos de trabajo y que siguieran prestando sus servicios a la comunidad», explica el alcalde rebelde. Los funcionarios aún reciben su salario del régimen, pero «muchas veces el Gobierno nos corta el agua y la electricidad para que los habitantes se molesten y dejen de apoyar la revolución», indica Hayamat.
La localidad de Azaz, que se ha multiplicado por el número de desplazados y los refugiados que han regresado de Turquía, cuenta únicamente con un médico, que es en realidad un anestesista. Esta clínica privada en la que trabajan voluntariamente el doctor Anas al Haraki y tres enfermeros asiste a todos los enfermos de la localidad. «Cuando empezó la ofensiva del régimen en marzo, todos los doctores se marcharon, pero yo me quedé para ayudar a la revolución», declara orgulloso el anestesista, que escribe recetas de forma mecánica en cartones a los pacientes que se agolpan en la sala del consultorio. «No tenemos antibióticos para los niños ni tampoco algodón y vendas para curar a los heridos», se queja mientras con una mano osculta a un niño y con la otra toma la presión a una mujer mayor.
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