Elecciones en Reino Unido

La calvicie de Sansón

La Razón
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En la película «The deal» (2003), el guionista Peter Morgan describe cómo llegó Tony Blair al liderazgo del Partido Laborista británico. La mañana del 12 de mayo de 1994, un infarto termina con la vida de John Smith, cabeza visible del partido y cartel electoral para las elecciones del 97. El mismo día del fallecimiento, mientras Gordon Brown se recluye a escribir epitafios, Tony Blair se cita con Peter Mandelson para recabar su apoyo en la carrera que aún no ha empezado. «Gordon es nuestro dirigente más sólido», le dice, «pero yo resulto más simpático». Cuando el féretro de Smith está saliendo a hombros de una iglesia de Edimburgo, la red de alianzas ya está tejida. Blair ganará por la mano y Brown se pasará amargado trece años. El corazón electoral del secretario general del PSOE sufre de arritmia desde hace meses, pero aún está lejos de entrar en colapso. Son las encuestas, y no Gómez, las que ofrecen un diagnóstico típico de la unidad de quemados, no tanto del pabellón de cuidados paliativos. El divorcio entre el presidente y su electorado es difícilmente reversible y, en puertas ya del final del año, se va quedando sin tiempo para consumar la remontada. Zapatero aún respira (aunque sea a espasmos) pero sus críticos de siempre –y los desafectos sobrevenidos– se están moviendo. La prensa amanece cada día colmada de enterradores entusiastas. Antiguos partidarios sugieren que es hora de empezar a hacer testamento. Esto del post zapaterismo diseñado desde dentro no deja de ser un cuento. Mientras el jefe no emita una señal, mientras no abra el portón del concurso de méritos, todo lo que se diga sólo es un entretenido juego de papiroflexia. Circula por las redacciones la «tesis testaferro»: el ungido que hereda la tienda (en liquidación) meses antes de que las urnas abran. Se retira ZP y coloca a Alfredo, un presidente zapaterista de maneras opuestas a las de Zapatero. Se comenta mucho, pero no lo veo. No contemplo la espantada de quien se ve a sí mismo como un sufridor en casa, un Sansón calvo a la espera de crecepelo. Si Aznar aguantó ocho años, él no va a ser menos. El problema de los zapateristas que aspiran a diseñar hojas de ruta es que habrán de esperar a que el difunto se declare a sí mismo muerto. Los otros andan más sueltos. Los otros sí se están moviendo. La remodelación de Gobierno (si es que llega) aportará alguna pista. La salida de Corbacho la pintan calva para soltar morralla y reforzar vigas maestras. Corbacho es el paradigma de un gobierno atascado y sin recursos, un ministro velatorio que se marcha ahogado en comparaciones obtusas sobre estadísticas de paro; un buen hombre que hizo lo que pudo, ayuno de ingenio, de talento y de discurso para dotar de fuste a su departamento. Que aproveche su entierro el presidente para intentar, al menos, el reflotamiento; un salvavidas del tamaño de una corona de difuntos.