Manila
La Reina arrasa por Jesús Fonseca
Fiel a su lema de «Menos lamentaciones y más quehaceres», la Reina se ha ido por tercera vez a Filipinas a respaldar nuestros proyectos de cooperación. Han vuelto a crujir de cariño a España las calles de Manila. No todo va a ser rescates y luchas antirecortes. Voy a contar algo: me ocurrió en Vietnam. En una casa de labriegos en los alrededores de Hoi An. No me lo podía creer: ahí, junto a los retratos de los seres queridos –sobre el altar de los antepasados–, había una foto de Doña Sofía con dos crías que luego supe eran las nietas de la mujer que nos había abierto las puertas de su hogar. Una de ellas, se ocupaba ahora de una escuela maternal para mujeres campesinas. La Reina había pasado por allí y había dejado huella. Este viaje de ahora a Filipinas, que tal vez ha pasado un poco desapercibido, ha servido para recordarnos algo que los españoles sabemos hacer mejor que nadie: levantar la vida en los lugares más alejados del mundo. Y conviene reparar en ello, en medio de tanta devastación. Ya el primer día de su visita, la Reina, que no da puntadas sin hilo, en una cena en la que estaban quienes tienen en su mano la Educación en aquellas islas, Doña Sofía expresó con naturalidad algo en lo que insistió en los próximos días en cuanto ocasión tuvo: lo bien que les vendría a los filipinos que el español fuera asignatura principal en las escuelas. Doña Sofía lleva casi treinta años pilotando sin que se note los proyectos de Ayuda al Desarrollo de España en el mundo. Algo que nunca deberíamos dejar de hacer. Su tarea en ellos no es sólo complementaria o de representación, es mucho más. Nada que tenga que ver con una ONG es ajeno a su interés, a su desvelo. Y si hay críos de por medio, aún más. Se desvive. Se ocupa de manera muy personal, aunque casi nada trascienda. La Reina no conoce otro destino que ser útil. Y lo lleva a rajatabla.
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