Bruselas
Jaque a la Unión Europea
El partido de Merkel aprueba una moción para el abandono voluntario del euro. La crisis sitúa en el abismo a los Veintisiete
La mayor recesión en casi un siglo está dejando a la UE al borde del colapso. La capitana de facto de la nave europea, la canciller alemana, Angela Merkel, dejó claro ayer que Europa está ante «su hora más dura desde la II Guerra Mundial». Pero no es la única. «Somos testigos de cambios fundamentales en el orden económico y geopolítico. Europa necesita avanzar ahora unida o amenaza con fragmentarse», es una de las dramáticas declaraciones con las que el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, ha resumido la situación y el lúgubre estado de ánimo que ha impregnado las instituciones europeas. Pese a que la canciller alemana defendió en el congreso de su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), la necesidad de «más Europa» y «mayor unión política» para superar la crisis, sus correligionarios dieron un paso más hacia la hipotética fractura de la UE. Aprobaron una moción que pide crear mecanismos para que un país pueda abandonar voluntariamente la eurozona.
No es la primera vez que Europa vive un momento difícil. Recientemente, la crisis institucional provocada por el fracaso del proyecto constitucional y casi también del Tratado de Lisboa, puso a la Unión contra las cuerdas. Pero esa fue una crisis de diván, en la que los dirigentes y eurócratas digerían ensimismados los fallos presentes y miedos futuros de la construcción europea. Por contra, la Gran Recesión está devorando verdaderos pilares del proyecto europeo como el euro, y ha terminado por exprimir el principio fundacional sobre el que las naciones que salieron de la Segunda Guerra Mundial hicieron florecer el entramado comunitario hace seis décadas: la solidaridad. Europa está hoy, más que nunca, entrando en su jubilación. Porque la generosidad entre los socios del norte y del sur es un lujo en tiempos en los que las filas del paro aumentan, y los líderes de aquella generación de la posguerra mundial han sido sucedidos por otros que no disimulan la primacía de los interesen nacionales. La principal protagonista de esta renacionalización ha sido la propia Merkel, que, arrastrada por el hartazgo de su electorado con «los derrochadores» socios del sur, está imponiendo una férrea disciplina germana. Así, la mayor integración que defiende en cada una de sus intervenciones públicas se traduce en control fiscal de los Estados miembros. «El desafío de nuestra generación es terminar lo que empezamos en Europa, y eso significa, paso a paso, una unión política», dijo ayer ante los delegados de su partido en Leipzig (Alemania).
Esta crisis de liderazgo ha llegado a su culmen con la irrupción de los tecnócratas al frente de los Gobiernos en Italia y Grecia para intentar solucionar los problemas que los políticos crearon, las tímidas soluciones que los jerarcas comunitarios no resolvieron , y las divisiones entre los países y el ombliguismo de los parlamentos nacionales terminaron por empeorar. Esta falta de autoridad también ha sido percibida por una mesa del G-20 cada vez más competitiva, en cuyo último encuentro la Comisión Europea dejó que el FMI le pisara el terreno al aceptar que participe en la vigilancia de las cuentas de Italia, pese a no estar bajo ningún programa del Fondo.
a cita en Cannes de las potencias del planeta fue la escenificación del declive de una Europa que, como dice el eurodiputado José Manuel García Margallo, «ha quedado entre el poder militar estadounidense y el económico de los países emergentes». La cumbre quedó monopolizada por la tragedia de Grecia y la petición de ayuda de los europeos a las economías emergentes, a través de aportaciones al fondo de rescate de la eurozona. «Lo único peor que pedir a China y al G-20 ayuda para solucionar los problemas creados por la zona euro es que al hacerlo encima te rechacen», señaló Sony Kapoor, del «think tank» ReDefine. Esta crisis económica y de liderazgo ha sido el fermento para otra más profunda: un serio malestar social que ha llevado a que los ciudadanos de Suecia, Holanda, Austria, Hungría, Italia, Francia y otros países miren cada vez con más simpatía a movimientos y partidos populistas o abiertamente xenófobos, que incluso ya consiguen marcar la agenda a los partidos tradicionales. Ahora, las peticiones de más Europa para solucionar problemas como los que surgen frente al desafío migratorio se convierten en un brindis al sol, como la ambiciosa reforma de Schengen. «Europa debe transformarse o declinará», es la alerta que lanza Barroso. «Estamos ante el umbral de una nueva Europa», dijo ayer Merkel, avisando de que «tenemos un largo camino por delante».
De hecho, al repasar con un funcionario comunitario esta letanía de desafíos que cercan a la Unión, la respuesta es un sincero resoplido.
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