Crítica de libros

Leña al mono

La Razón
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Aunque no me haga caso ni la Trini, llevo años diciéndoselo a todo el que no me ha querido oír: todos los presidentes de la joven y atolondrada democracia española (nuestra democracia pertenece a la generación Ni-Ni, y como tal se comporta), se han ido por la puerta falsa. Spanishtán no es generosa con sus líderes. Los eleva a cumbres tan altas que allí incluso se hace difícil respirar por la falta de oxígeno (ese poder semi-absoluto que la carta magna otorga al primer mandatario de la nación, con permiso de OhBama, Angela y Nicolas), y luego los manda cuesta abajo de una patada en el trasero, hasta que el amado líder en cuestión aterriza descoyuntado en el suelo de donde salió. Les hacemos a los presidentes españoles lo que no pudimos hacerle a Franco. Los cubrimos de oprobio, de ignominia y de vileza. Menos mal que les quedan las conferencias bien pagadas y una jubilación de oro. Empezando por sus queridos partidos, que se les tiran a degüello prestos a alimentarse de sus despojos. Acostumbrados a la adulación, el confort, el regodeo y el autoengaño, los ex-presidentes experimentan en sus carnes felonía, venganzas, deslealtad y perrerías sin límite. Nuestra beatificada Constitución les permite gobernar graciosamente doscientos años, algo que no consienten actualmente ni las de los países más bananeros, pero… ellos dicen adiós. Todos con la misma cara de haber sufrido una especie de exorcismo. A Adolfo Suárez, su partido estuvo a punto de devorarlo, y no en un sentido figurado. Se le humilló mediante un escarnio feroz por parte de la política, la amable ciudadanía y los medios de comunicación de la época. Ni siquiera la Corona lo apoyó. Calvo Sotelo no cuenta por motivos obvios, y la prueba de que no cuenta es que siempre tuvo la misma cara. El joven «Isidoro», Felipe González, cuando se marchó parecía un soldado de la infantería polaca que hubiese sobrevivido a la batalla de Volodarka. De haberse operado entonces las bolsas de los ojos, habría podido confeccionar con ellas un juego de maletas para regalárselo a Roldán. Aznar creyó que yéndose por su propio pie a los ocho años (como debieran hacer todos, por otra parte) se salvaría de la quema. Pero las circunstancias lo convirtieron en un Gran Satán de fotomatón y desde entonces tiene su propio Anticiclón de las Azores. El protagonista «nude» de las fotografías de un calendario erótico regocijo de antisistemas, o «antipeperos». (Pásalo). Ha llegado la hora de «Zapatero El Poder No Me Va a Cambiar». (Pero sí te cambia, ZP: cuando comienzas a perderlo. Pregúntele a Felipe y a Aznar). Los cambios de gobierno en España coinciden con grandes crisis de todo tipo. La actual no es pequeña. ZP ya luce las marcas: un deterioro físico parejo al de su reputación. No importa que, contra su voluntad, incluso esté haciendo «algunas» cosas bien. Ha comenzado el degolladero. La «democracia» española no brilla por su compasión: es implacable, sumarísima. Y el que sembró, recoge.