Roma
Arte católico
Yo me he educado en el arte católico y ¡qué le voy a hacer! Luego, puedo creer en Nietzsche o en Ionesco, pero lo que no puedo negar es la influencia del arte cristiano en mi propia conciencia de artista.
Ye ha contado alguna vez que una tía mía, que era católica ferviente, pero con el buen gusto refinado de una cortesana alejandrina, me adoctrinaba con bellas estampas del arte cristiano, de grandes maestros, en lugar de hacerlo con estampas baratas, banales, gazmoñas y muy al alcance de la gente más simple.
Si no consiguió hacer de mí un buen cristiano, sí logró que, más tarde, me sintiera muy reconocido a ella, por educar mi sensibilidad para el arte, mediante aquellas muestras del arte cristiano, que eran de Rubens, que eran de Caravaggio, que eran de Tiziano o de Tiépolo... ¡A ver! ¿Qué podían hacer estos grandes maestros, sino atender la demanda de lujo por parte de la iglesia? No estaban allí para otra cosa. Pero si se piensa que esto coartaba su inspiración y sus instintos, estamos muy equivocados. La pintura occidental, aun vigilada por el catolicismo, ha sido la más libre del mundo. El pecado de la carne era mirado con lupa de aumento. Pero estos licenciados mostraban todos los atractivos de la carne por un «quítame allá esa túnica».
Los artistas siempre estuvieron al servicio del poder pero, secretamente, el Arte es indomable. El poder se ha servido de la religión, como la religión del poder, para servirse, a su vez, de los artistas, que deben ilustrar, afirmar, publicitar y difundir el dogma, a la vez religioso y político. Forman una pareja perfecta, el poder y la religión. Un matrimonio por amor y por interés a la vez. Ha costado mucho trabajo separarlos, se quieren con locura, parecen hechos el uno para el otro.
A mí me choca y me escandaliza el radicalismo de muchos ateos, que niegan la importancia y el valor del arte cristiano. Eso es que no entienden de pintura y toman el rábano por las hojas, como tantos ignaros. Aunque yo fuera el diablo en persona, mi concepto más depurado del arte lo he recibido del arte cristiano. Se dice que le debemos más a Grecia y a Roma. Pudiera ser cierto a otros niveles del pensamiento histórico y sociológico. Pero, como antiguo estudiante de Bellas Artes –que era un chico de pueblo–, puedo confesar que tengo una memoria estética llena de Santos.
Yo siempre he dicho que el arte es el paradigma de la «libertad de expresión». Antes esa libertad de expresión también se producía –y así se explica su evolución, siempre positiva–, a pesar de hacerlo sobre «pie forzado», que era la ilustración constante del orbe católico, con la que los pintores se ganaban la vida profesionalmente.
Todo lo que aquí manifiesto está más relacionado con la Historia del Arte que con la historia de la religión y el poder. Los separo. Es como su mi tía –la babilónica– me hubiera dicho: –«No mires a otra parte, Paquito, fíjate en todo lo grande y magnífico que ha creado el arte cristiano, antes y después de Miguel Ángel, antes y después de Caravaggio…».
¡Pues caro que sí, que me he fijado! Pero ¿piensan ustedes que los artistas son unos santos? Yo tengo buena constancia de que somos todo lo contrario. Tenemos malas costumbres, somos la presa de vicios y perversidades inconfesables y pensamos que no vale de nada ponerse de rodillas y entrar en trance para pintar a la Santísima Trinidad. ¡Qué va! Lo primero es calcular cómo se va a estructurar el cuadro, qué forma, qué técnica o estilo van a emplearse.
Porque aquí viene lo bueno, lo escabroso, lo inquietante: El artista es sólo artista y profundamente aconfesional, porque no necesita tener fe para pintar bien, sino tener «buena mano». Y además, aquí viene lo grave y lo paradójico. Con el pretexto religioso, puede expresar sentimientos muy contrarios al dogma, una exaltación de la carne que roza la lujuria homosexual –Miguel Ángel– el gusto de desnudar a un pícaro monaguillo –Caravaggio– el gusto de pintar a tantas mártires sufrientes, enseñando lo más exquisito de sus cuerpos –Rubens–. Casi todos los artistas son unos rijosos y el mensaje del arte es así de ambiguo.
Nunca es malo que los creyentes se enteren bien de lo que quiere el Arte, que es un fin en sí mismo. Y espero que no les disguste.
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