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«Los chicos de la banda»

La Razón
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Eran las postrimerías del Régimen de Franco y, tras las últimas ejecuciones, España sufrió una reedición del bloqueo de los años cuarenta. En el ensañamiento destacó México cuyo presidente era responsable directo de la muerte de numerosos estudiantes en el curso de una manifestación, pero, a la vez, se sentía legitimado para cuestionar la condena a muerte de algunos terroristas. Como era de esperar, el Régimen reaccionó organizando una macromanifestación en una de cuyas pancartas podía leerse: «México, Francia y Holanda son los chicos de la banda». Estaba yo pasando entonces de la infancia a la adolescencia y no capté el significado de la frase hasta que alguien en casa me aclaró que «Los chicos de la banda» era un drama sobre homosexuales que se representaba en un teatro de Madrid. ¿He dicho un drama? Debería decir «el» drama. La obra de Mart Crowley tomaba como pretexto la fiesta de cumpleaños que preparan algunos homosexuales a un amigo para exponer con una honradez envidiable el mundo de la homosexualidad masculina.

El mariposón, el chapero, el ocultón, incluso el católico que sufre la contradicción entre su fe y sus prácticas sexuales aparecían recogidos en la obra de una manera incomparable en la que se alternaban la ternura, la compasión, el humor y el dolor. He leído y releído «Los chicos de la banda» en español y en inglés y no tengo la menor duda de que Crowley supo reflejar una homosexualidad nada gay – es decir, alegre – pero sí rezumante de comprensión y veracidad.

Quizá por eso es una de las dos o tres grandes obras sobre el tema, quizá por eso causó el impacto tan descomunal que produjo y quizá por eso nadie se ha atrevido a reestrenarla en una España donde el «lobby» gay se ha convertido en una temible inquisición. Crowley escribió una segunda parte donde mostraba lo que había sido de los «chicos». Como era de esperar, el lobby gay en EE UU la estigmatizó, pero la condena no impidió que los homosexuales acudieran a verla en masa, se rieran y reconocieran que el retrato que aparecía en las tablas los mostraba como pocas obras de ficción, es decir, cómo había pasado años antes con «Los chicos de la banda».