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Robinson Crusoe mucho más que un personaje
«Robinson Crusoe»Daniel DefoeEdhasa414 páginas, 21 euros.
BARCELONA– Hamlet, el Quijote, Madame Bovary o Lolita, los grandes personajes de la literatura universal no sólo ponen su nombre a las novelas que protagonizan, sino que su influjo se proyecta más allá y se convierten en auténticos mitos. El ejemplo más claro es el de «Robinson Crusoe», las aventuras del famoso náufrago inventado por Daniel Defoe que desde su publicación se convirtió en un hito y abrió el camino a la novela moderna. Todos saben la historia, sus peripecias en la isla desierta, conocen a su inseparable Viernes o su miedo a los caníbales, pero pocos han leído el texto original. Es decir, conocemos más el mito, lo que otros han dicho de él, que al personaje real.
Desconocer un clásico
Por ejemplo, desde su publicación en 1719 han tenido que pasar 300 años hasta que Enrique de Hériz se ha atrevido a traducir la versión íntegra de los dos volúmenes que encierran sus aventuras, «Robinson Crusoe» y «Nuevas aventuras de Robinson Crusoe», (Edhasa). «Desde que dejé de ser editor, me he encargado de repasar clásicos que todos creemos haber leído y cuando me topé con "Robinson Crusoe", me sorprendió que no conociéramos más que su aproximación más popular. Es mucho más que una novela de aventuras, es una gran historia moral, pero en las traducciones canónicas se había cortado la gran mayoría de sus reflexiones», comenta de Hériz.
Un año después de su edición, ya se publicaba una versión paródica del personaje, ««La vida y las extrañas y sorprendentes aventuras de Mr. D... De F...», de Charles Gildon y a partir de aquí el gran Robinson se ha multiplicado en múltiples libros. Desde Alexaner Pope al «Emilio» de Rousseau, de la poetisa Elizabeth Bishop, el gen Crusoe se ha multiplicado por la historia de la literatura. Incluso ha habido parodias de sus copias. Por ejemplo, la famosa «Los Robinsones suizos», de Johann Rudolf Wyss tuvo su contrapunto cómico en la hilarante, «Los robinsones Perelman», de S. J. Perelman, guionista de películas de los Hermanso Marx y uno de los grandes humoristas de «The New Yorker» que hizo a una familia acomodada de Nueva York viajar por Asia con tantas maletas como ingenio.
Otro de los grandes usurpadores de la personalidad de Robinson fue J. M. Coetzee, que convirtió al personaje en mujer y lo trasladó a las ideosincracias contemporáneas en «Foe». Aunque los que mejor han sabido apropiarse del personaje han sido los autores de ciencia ficción. En los años 50, George Stewart publicó «La tierra permanece», una novela que dejaba al mundo desolado, con un último superviviente de la especie humana explicando su historia. J. G. Ballard llevó el tema más lejos en «La isla de cemento», con la historia de un hombre que, tras un accidente de tráfico, queda encerrado en una autopista sin poder salir de allí. Está claro que Robinson ha dejado muchos rastros y hay que volver al original.
Las tijeras del señor Cortázar
Si a una novela se le extirpa el 30 por ciento de su contenido, eso es mutilarla. Y eso es lo que hizo Julio Cortázar con su canónica traducción de «Robinson Crusoe» y que ha hecho que varias generaciones de españoles conozcan la célebre novela de Defoe de forma maleada y errónea. «Se quedó sólo con lo que eran las aventuras y obvio sus reflexiones morales, que son el sustento de la obra y la razón por la que la hacen única», sentencia Enrique de Hériz, que tras descubrir los hachazos de Cortázar no dudó en ponerse manos a la obra en una nueva traducción y ofrecer una oportunidad única de redescubrir un clásico.
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