Móstoles

Antonio Meño ya «vuela» en libertad

La familia le incineró el lunes en la intimidad en Móstoles. Murió por complicaciones con una infección de orina

Juana no ha querido enterrar a su hijo, «prefiero que viaje con el viento o por el mar», afirmó
Juana no ha querido enterrar a su hijo, «prefiero que viaje con el viento o por el mar», afirmólarazon

MADRID- Eran las dos de la tarde del pasado domingo cuando Antonio Meño se apagaba arropado por los brazos de sus padres. Juana Ortega y Antonio apretaban con todas sus fuerzas a su hijo contra sus cuerpos. Rotos de dolor y derrotados por la impotencia, veían como se cerraba el último capítulo de toda una vida dedicada a sacar adelante a su hijo. En el último mes Antonio había empeorado, no comía igual, no tenía ganas. La fiebre aparecía y desaparecía de su frente como el Guadiana. Hacía dos meses que Antonia había conseguido cerrarle la única yaga que Antonio había tenido en 23 años. Hubo que ingresarle el viernes 26 de octubre. En casa, sus progenitores no podían dar batalla a una posible infección de orina. Pero Antonio dijo basta. En la habitación del hospital escuchaba como su madre confirmaba que el 31 de octubre, por hoy mismo, tenía que operarse de cataratas en uno de sus ojos.
En los últimos años entre juzgados, abogados, y 522 días de acampada, la «madre coraje» no había encontrado tiempo para ella. Su trabajo no ha estado pagado, no contabiliza como día trabajado para la Seguridad Social. Ni siquiera han llegado a disfrutar o simplemente saber lo que es la ley de dependencia. Los Meño no saben de ayudas. Antonio, el padre, está destrozado. Estuvo el domingo entero sentado frente a su hijo. Llorando, rezándole a su manera, gritando por dentro que volviera, que no se fuera. Juana estaba más entera.

Le consolaba ver a su hijo tumbado, estirado, descansando. En parte gracias a la labor de un fisioterapeuta que varias veces por semana venía a trabajar el ya excesivamente contraído cuerpo de Antonio. «Era rozarle y gritaba. Cada vez era más difícil atenderle o moverle, sólo podía hacerlo yo, muy despacio le iba colocando almohadas entre las piernas. Primero metía la mano y poco a poco las deslizaba hasta calzar sus piernas. Tardaba más de diez minutos con cada una», dice Juana entre lágrimas. Juana es la fuerte del «binomio». Ella siempre ha sido consciente del sufrimiento de Antonio, del de su marido y sus otros hijos. Como bien sabe Luis Bertelli, el abogado que abanderó la lucha hasta el Supremo, «Juana por fin va a poder descansar. No he visto jamás tan infinita capacidad de entrega». A pesar del vuelco que dio a su favor el TS, Juana sigue pensando que no ha hecho todo lo que debía. Su conciencia le remuerde por haber aceptado la indemnización acordada por las partes y no haber llegado al juicio. Por no haber sentado en el banquillo al anestesista que incumplió con su deber de atender a su hijo. «Me voy a morir con la desdicha de no haber sentado en el banquillo al asesino en vida de mi hijo, estoy segura de que si llegamos al juicio ese ser despreciable acaba en la cárcel». Ayer tras la publicación por LA RAZÓN de la muerte de Antonio Meño, la casa familiar se llenó de cámaras de televisión, periodistas y fotógrafos. Juana atendió como siempre a todos los profesionales de la información. Yo me alegro de la decisión que tomé el domingo por la noche de congelar la noticia y dar prioridad a que la familia pudiera llorar e incinerar a Antonio en la intimidad. Como lo haría cualquier vecino de Móstoles. Y así fue.
Juana no ha querido enterrarle. «Prefiero que viaje con el viento o por el mar. Bastante tiempo ha estado prisionero en su propio cuerpo, no se merece acabar metido en un agujero, bajo tierra. Que sea libre, libre» y rompe a llorar una vez más. Tras la misa funeral celebrada a las 13:30 horas del lunes tocaba dar el último adiós. Juan, el padre, no tenía fuerzas. Tan sólo había bebido unos tragos de agua y dormido un par de horas desde que Antonio empeoró el domingo. Juana, como siempre, tomaba las riendas de la situación y, acompañada de varios de sus hijos y un nieto, entró en el crematorio para ver por última vez la cara de quien le había robado media vida. Ella nunca le reprochó nada a su hijo, nada más lejos. Juana, no sólo este domingo, habría dado su vida por la de su hijo.

Ahora viene lo peor, la vuelta a casa. Sobran sillas de ruedas, la cama de hospital, los pertrechos de aseo… pero falta Antonio. Él se enteraba de todo. En la plaza de Jacinto Benavente me lo demostró mirando a mi cámara y asintiendo con la cabeza mientras conversaba con él. Antonio ha querido dar tregua a sus padres. Es por eso que se ha marchado.