Historia

Barajas

La larga siesta

La Razón
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Nuestro país intenta estos días dejar de producir desempleo en cantidades masivas. También aspira a salvarse de la intervención europea. Incluso reivindica su presencia entre los grandes de la zona euro. Al mismo tiempo, los españoles nos vamos de vacaciones una semana, justo antes de las Navidades. Además, tardamos más de un mes en tener un nuevo gobierno, algo poco común en los sistemas parlamentarios como el nuestro. Con cierta frecuencia los españoles nos empeñamos en cumplir, casi a rajatabla, los tópicos que sobre nosotros se han vertido desde fuera. Es como si nos propusiéramos ser fieles a la imagen que otros países han hecho de nosotros. Hay extranjeros, y no precisamente de los menos cultivados, que se quedan con la boca abierta cuando llegan a la T4 del aeropuerto de Barajas. Los hay que sufren un auténtico shock cuando, al visitar Córdoba o El Escorial, conocen de primera mano la red de autovías, los ferrocarriles o las infraestructuras de circunvalación españolas. Parece que se esperaban tener que subir en burro, aunque fuera un burro postmoderno, a la Almodóvar. Estos días se podrán consolar: los españoles volvemos a sestear, como al parecer corresponde a nuestra naturaleza de sureños, de mediterráneos. Durante muchos años hemos llamado a los demás países europeos los «países de nuestro entorno». Era una forma de disimular el sentimiento de inferioridad que sentíamos ante ellos, sentimiento de inferioridad que ha guiado la política europea de los socialistas en estos últimos casi ocho años. Por su parte, los «países de nuestro entorno» saben que España puede ser, como lo fue recientemente en política y lo sigue siendo en el terreno económico y empresarial, un competidor temible. Son nuestros amigos y nuestros vecinos, claro está, pero también son nuestros rivales. Más aún lo van a ser en el asunto crucial del reparto de poder en la UE que va a salir de la crisis de la deuda. Por ejemplo, ¿cumplirán los «países de nuestro entorno» las condiciones que ahora nos exigen? ¿Estamos seguros de que no las cambiarán cuando les interese? Sería importante que dejáramos de vernos como un país aparte, sin relevancia internacional. Deberíamos empezar a comprender la repercusión que nuestros actos tienen fuera, allí donde se toman decisiones sobre nosotros en las que nosotros mismos deberíamos estar interesados en participar. Esto no requiere grandes reformas morales o de carácter: es evidente que la leyenda que nos rodea no corresponde a la realidad. Se trata más bien de recuperar la voluntad de salir de la siesta y devolver a la sociedad española el protagonismo perdido. Desde una perspectiva un poco distinta, recuerdo que un amigo, empresario, calculó hace unos años que durante otro mes de diciembre, que entonces como ahora constaba de 31 días, se habían trabajado trece. No hace falta mucha imaginación para saber lo que ocurrió con la plantilla de trabajadores, por así decirlo, al poco tiempo.