Ministerio de Asuntos Exteriores
Sin regalo en la boda de Mohamed VI
Han pasado diez años de la toma de Perejil y aún hoy son pocos los actores que quieran compartir su testimonio. Algunos declinaron la oferta por problemas de agenda, pero los más ocupan puestos relevantes en la Diplomacia española y no ven oportuno hacer declaraciones.
Y es que el episodio de Perejil sigue vigente. Fue una semana de tensiones que acabó con el uso de la fuerza, pero en paralelo se libró una apasionante batalla en el terreno diplomático.
La ocupación tuvo lugar sólo un día antes de la boda de Mohamed VI. Las relaciones bilaterales llevaban una temporada con mar de fondo, Rabat había llamado a consultas a su embajador hacía diez meses sin dar explicaciones y se decidió que la Familia Real no acudiera al enlace. En representación asistiría el jefe de la legación, Fernando Arias-Salgado, y se enviaría un cuadro de regalo. Ni el embajador ni el cuadro llegaron a su destino. La crisis dejó en suspenso todo contacto con el «mahzen» hasta nueva orden. La ministra de Exteriores, Ana Palacio, acababa de tomar posesión tras la marcha de Piqué, y quienes estaban cerca de ella cuentan que el órdago marroquí causó «mucha alarma y sorpresa». Una vez pasado el susto, Palacio coge el mando en coordinación con la embajada en Rabat.
Pese a que las grandes decisiones se tomaron en Moncloa y Defensa, hubo varios aciertos del servicio exterior que ayudaron a frenar en seco al hijo de Hassan II y, lo más difícil, que la humillación de Mohamed VI por su enorme «metedura de pata» (como reconocería Chirac) no dejara heridas incurables en las relaciones. A esto contribuyó la habilidad de EE UU y, seguramente, la cercanía de Ana Palacio con el secretario de Estado, Colin Powell. Francia, como era de esperar, dictaba en el oído marroquí los pasos a seguir. A tenor del resultado, bien podrían haberse ahorrado la «asesoría», si bien fue un movimiento específico lo que motivó a España a ir a por todas. La información llegó de Rabat.
Se había convocado a los corresponsales extranjeros, incluidos los españoles, a una rueda de Prensa en Perejil para anunciar al mundo su «liberación». Según fuentes diplomáticas, esta jugada disipaba cualquier duda. El rey alauí había relanzado la «marcha verde» con una escalada nacionalista que no se iba a detener ahí. Después podría venir Alhucemas, Chafarinas y, quizá, incluso Ceuta y Melilla. Madrid exigió en una nota verbal la «retirada inmediata», a lo que Rabat contestó con una rotunda negativa. En este punto, España tenía dos opciones: aceptar los hechos consumados y acudir al Consejo de Seguridad para negociar (lo que quería Marruecos) o recuperar sin medias tintas la españolidad de Perejil.
La decisión del presidente Aznar, «muy arriesgada porque estas cosas se sabe cómo empiezan pero nunca como acaban», según un veterano diplomático, cortó las aspiraciones de Mohamed VI. «Desde entonces, y hace ya diez años, ahí no se ha movido ni una hoja», admite la fuente.
Una vez recuperado el islote por la vía militar, tocaba firmar la paz. EE UU se afanó en mediar entre los dos gobiernos para que aceptaran un documento que, en realidad, fue redactado casi en su totalidad por España. Como el rey no se ponía al teléfono, Powell acabo transmitiéndole el siguiente mensaje: si no le decía lo contrario, daba el texto por aceptado. Mohamed VI acabo llamando a Powell, pero la firma aún tardaría. El 31 de julio, Ana Palacio rubricó la paz en Rabat. Fue a «cara de perro», pero sólo 18 meses después, Aznar y Mohamed VI se daban la mano en Marrakech en una cumbre que cerró heridas mucho antes de lo que nadie hubiera soñado. El final fue dulce, pero la crónica de los tira y afloja con Marruecos nunca acaba de escribirse. Esta misma semana, la presencia de la Guardia Civil en otra isla, la de Chafarinas, ha provocado el primer roce con Rabat de la era Rajoy.
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