Irlanda
En el corazón del mal
Título: «El sueño del celta». Autor: Mario Vargas Llosa. Editorial: Alfaguara. 455 páginas. 22 euros.
Tanto hemos oído hablar a Mario Vargas Llosa de la historia de Roger Casement que llegado el momento de la lectura es fácil que nos provoque la sensación de saberlo todo sobre él: de origen irlandés, sin llegar a los veinte años emprende la aventura africana adentrándose en las selvas más oscuras arrastrado por la magia (negra, visto lo visto) de personajes como Livingston o Stanley; que realizó la denuncia demoledora del maltrato, explotación y asesinato en masa de los esclavos del Congo de Leopoldo II; que como irlandés luchó contra la corona británica, que fue acusado de traición y acabó, en 1916, muriendo en la horca. Pero estos detalles biográficos no armarían ni dos vertebras de esta gigantesca novela que, queriéndolo o no, busca encontrar una explicación a la tendencia de la naturaleza humana hacia el mal. A esta cuestión es imposible dar respuesta, por lo menos con palabras. Vargas Llosa tampoco lo hace.
Joseph Conrad ascendió hasta las fuentes del río Congo pilotado por Casement y luego escribió «El corazón de las tinieblas» (1899), libro con el que tampoco puso nombre al mal: sabía que estaba ahí, que podía ser infinito aunque contradiga al propio lenguaje, la norma básica de la civilización. Su relato se desarrollaba en una nebulosa y los sentidos parecían estar adormilados por la fiebre. Conrad, después de todo, hizo el viaje. El viaje de Vargas Llosa ha sido otro.
El relato de Vargas Llosa es pormenorizado, preciso, de apabullante documentación, sin margen para la ficción, y menos para la fantasía y las recreaciones efectistas del dolor y el castigo. O las diatribas políticas y justicieras que no añadan una piedra más a este mosaico irregular de ambición, poder y violencia pura. Vargas Llosa está atrapado por un personaje, Roger Casmanet, tan metódico, discreto y humanamente frágil, como apasionado y, sobre todo, capaz de enfrentarse al poder, pero al poder de verdad: al de Leopoldo II denunciando su genocidio consentido por los estados europeos; al poder de las empresas del caucho en el Perú; al de la corona británica, aunque fuese aliándose con los alemanes para conseguir armas para Irlanda.
Es tal la necesidad de contar esa historia que Vargas Llosa parece sacrificar la riqueza de su propio lenguaje y de «novelar» –es decir, de dejar al lector que complete el relato–. No hay margen, decíamos, para la ficción.
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