Estreno teatral
Mujeres
Nathalie Clifford Barney lo dejó clarísimo con su brillante sentencia: «Ni la feminidad ni el feminismo es cuestión de sexo, porque un francés es siempre más mujer que una inglesa». Lo mismo sucede con la masculinidad y el machismo. No por acostarse con mil mujeres se demuestra la hombría. Otra cosa es la virilidad. Don Gregorio Marañón puso en duda en un interesante ensayo la hombría de don Juan Tenorio, ya fuera el de Tirso de Molina o el de José Zorrilla. Aprovechando el debate, don Pedro Muñoz-Seca y su colaborador don Pedro Pérez Fernández estrenaron con gran éxito su comedia «La Plasmatoria», cuyo protagonista era un extraño instrumento que devolvía la vida a los muertos. El primer aparecido era el Tenorio, que se dirigía al patio de butacas, y bastante airado, preguntaba al público: «¿Dónde vive Marañón?».
He leído el último mensaje de Gadafi. «No vamos a rendirnos. No somos mujeres». Gadafi demuestra una mariconería elemental con su desprecio a las mujeres. Las sociedades islámicas y musulmanas tienen muy difícil su desarrollo social mientras se mantenga en la ley y en la costumbre el desprecio hacia la mujer. Las mujeres han sido, son y serán mucho más valientes que los hombres a lo largo de la Historia. El propio Gadafi encomendó su seguridad a unas centurias de mujeres durante sus cuarenta años de tiranía. Ahora empiezan a contar lo que antes callaron, y ya le han señalado dos de ellas de violador. Pero un hombre que desprecia a las mujeres no es un hombre. Para mí, que Gadafi le da al pelo y a la pluma, y más a la pluma que al pelo. Ese bótox, esas cremas, esos atavíos, esos movimientos, ese travestismo, ese histerismo de gacela herida, ensucia el paisaje de la hombría. Si estuvieran con él, allá donde se esconda, sus fieles mujeres guardianas, sus cobras leales, se sentiría más seguro y mejor defendido. Gadafi es más hiena que león, pero tiene de este último la melena y su dependencia de las leonas para sobrevivir.
«No somos mujeres». Idiota. Un ejército compuesto únicamente por mujeres sería casi invencible, y más aún, en las sociedades en las que se les abre una ventana de protagonismo porque toda la luz pertenece a los hombres. Se podrá haber beneficiado a sus cuatrocientas o quinientas centinelas, pero no es un hombre. Un hombre rodeado de mujeres, y Gadafi eligió su entorno, no puede concluir en el desprecio o el desafecto por ellas.
El misógino lo es, entre otros motivos, porque admira a la mujer y se siente acomplejado junto a ella. Margaret Thatcher, tan vilipendiada, acertó de lleno: «Si queréis discursos, pedídselos a los hombres. Si preferís los actos, a las mujeres». Lo demostró. Aquí en España los hombres montaron el GAL, y muy mal por cierto. Todavía siguen los discursos. En Gibraltar fueron abatidos unos terroristas del IRA. «Yo he disparado», le respondió Margaret Thatcher al típico parlamentario tonto de la Oposición, que en Inglaterra también existen. En una conversación a dos, Esperanza Aguirre metería a Gadafi debajo de la mesa. Porque los hombres de la izquierda española, aborrecen a Esperanza Aguirre por su valentía, que la mayoría de ellos sólo la conocen mediante el insulto y la descalificación amparados en el anonimato. La mujer habla y actúa, y el hombre murmura y se reúne. Se reúne para tomar, después de muchas reuniones, la decisión de actuar que ya ha tomado la mujer previamente sin reunirse con nadie. Ahí tienen, en un asunto menor, a Rita Barberá mostrando su bolso a los periodistas. «Sí, ha sido un regalo, ¿y qué?».
«No somos mujeres... para nuestra desgracia». No se le ocurrió. La que le espera al trucha.
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