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Caminos de conversión (III) por Luis Emilio Pascual

La Razón
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«El miedo llamó a mi puerta. Salió la fe a abrir y no había nadie» (M. Luther King). Abordamos ahora el tercer paso en nuestro camino hacia la Pascua: proponemos pasar del miedo a la confianza. ¿Qué sitio tiene la confianza en este mundo?, ¿se apoyan nuestras relaciones en la confianza o en la desconfianza? Quizás estamos llenos de miedos: al futuro, a los demás, al ridículo, al qué dirán, al sufrimiento...; quizás muchos de esos miedos tienen que ver con un orgullo escondido y el temor a descubrir nuestra debilidad o limitación; quizás, apoyados en nosotros, hemos experimentado avances y también retrocesos frustrantes. Hoy, lo que proponemos es no caminar solos, sino llevados de la mano, o mejor incluso, llevados en brazos. Y es que, como Charles Péguy, podemos poner en boca de Dios estas palabras: «Me gusta el que se abandona en mis brazos, como el bebé que se ríe y no se ocupa de nada» «Dichoso el hombre que pone su confianza en el Señor...». Dios es confianza: Él se ha fiado de ti, cree en ti, confía en ti... te ha hecho «capaz» de Él y te ha dotado de lo más precioso, la libertad. Jesús, el hombre por excelencia, es confianza: confía en el Padre, confía en las gentes, confía en los discípulos más allá de sus fallos. María se fió de Dios, aceptó en su mente, y engendró a Cristo en su seno. San Pablo se lo dejó muy claro a su discípulo Timoteo: «Sé de quien me he fiado». Hombres y mujeres, a lo largo de la historia, han mostrado con sus vidas senderos que llevan a la fuente viva, a la felicidad, porque dejaron modelar por el Espíritu Santo con la música de la confianza. Como muestra un ejemplo; Teresita de Lisieux nos dice: «Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma es la confianza ciega que tengo en su misericordia… aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, seguiría teniendo la misma confianza; sé que toda esa multitud de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera encendida». Los Salmos son como el frescor de un bálsamo para nuestros pies cansados: «Tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo» (4,9); «Mi suerte está en tu mano» (15,5); «Nada temo porque Tú vas conmigo» (22,4); «Sólo en Dios encuentro descanso, de Él viene mi salvación; sólo Él mi roca, mi baluarte» (61,2); «Mi alma está unida a Ti, tu diestra me sostiene» (62,9); «Cuando camino entre peligros me conservas la vida» (137,7)... Permitidme, para terminar, orar con el salmo 130 -mi preferido-: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor, ahora y siempre». ¿Quién dijo miedo? «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?... ¿Quién nos separará del Amor de Dios?».