Nueva York

Obama recupera el terreno

La victoria del presidente en el segundo debate deja la carrera más abierta que nunca a tres semanas de la cita con las urnas

Los candidatos, en un momento del debate
Los candidatos, en un momento del debatelarazon

La expectación por el debate de ayer en Hempstead, Nueva York, fue creciendo tras la victoria de Romney en el primero de los encuentros y su despegue ulterior. La pregunta era si Obama se recuperaría o, por el contrario, la campaña se podría dar por sentenciada. El presidente se recuperó. A ello contribuyó no poco el formato del debate. Ochenta y dos personas esperaban poder formular preguntas que contestarían los dos candidatos y que eran sólo conocidas por la moderadora, Candy Crowley, y su equipo. La primera pregunta la formuló un muchacho que deseaba saber si podría colocarse después de graduarse.

La cuestión permitió a Obama referirse a los 800.000 puestos de trabajo que se destruían al mes cuando llegó a la Casa Blanca y a cómo se habían creado 5,2 millones de nuevos empleos en el sector privado durante su mandato. Romney insistió en que ahora había más parados que hace cuatro años y prometió crear doce millones de empleos. La réplica de Obama fue contundente. Su Gobierno había salvado un millón de empleos en la industria del automóvil en contra de los deseos de Romney, que, por cierto, no tiene un plan de cinco puntos sino de uno solo: que no paguen los que más ganan. La segunda pregunta giró en torno al precio de la gasolina y si se iba a producir un descenso. Obama enfatizó en el control de la energía nacional en contra de lo que pretende su rival. Romney se manifestó partidario de que fueran los estados y no el poder federal el que controlara la energía, lo que aprovechó Obama para señalar que las explotaciones de energía habían aumentado durante su mandato, que el precio de la gasolina descendería y que desde 1996 nunca había habido tantos empleos en el carbón. La pregunta siguiente sobre las deducciones de impuestos dio oportunidad a Romney para desarrollar su programa fiscal, que incluiría la exención de impuestos para los intereses de cuentas y acciones por debajo de 200.000 dólares, la reducción del impuesto de sociedades al 25% y la no subida de impuestos a la clase media. Obama replicó señalando cómo las familias de la clase media han salvado 3.600 dólares anuales de media gracias a sus recortes impositivos; cómo ha llevado a cabo dieciocho reducciones de impuestos a las pymes y cómo piensa seguir reduciendo la presión fiscal. Remachó la cuestión al señalar que a Romney no le podían salir las cuentas porque tenía la intención de aumentar los gastos de defensa.

La cuarta pregunta relacionada con la diferencia de salario sufrida por las mujeres permitió a Obama referirse a la experiencia de su madre y de su abuela y, sobre todo, reivindicar la Lily Ledbetter Fair Pay Act de 2009, que asegura a las mujeres que no percibirán menores emolumentos por el mismo trabajo que un hombre. Romney intentó neutralizar las palabras de Obama refiriéndose al número de mujeres con que contaba en su equipo, pero el presidente contrarrestó estas palabras introduciendo hábilmente el tema de la sanidad y de los anticonceptivos –evitó la palabra «aborto»– para señalar que durante su mandato las mujeres han tenido mayor acceso a pruebas médicas como las mamografías y que nadie puede indicarles si deben o no utilizar medidas anticonceptivas.

La quinta pregunta procedió de una mujer que se definió como votante indecisa, ya que no estaba contenta con los últimos cuatro años, pero atribuía buena parte de la culpa a la Administración Bush. Su deseo era saber en qué se diferenciaba Romney de su compañero de partido.

El republicano aprovechó para decir que los burócratas de Washington no debían dictar nada sobre anticoncepción y, acto seguido, se distanció de Bush afirmando que él sí equilibraría el presupuesto, apoyaría a los pequeños negocios y acabaría con el «Obamacare». Obama señaló que Romney no era Bush, pero tampoco era mejor en el área económica y la prueba estaba en que había invertido en compañías que se llevaban empleos a China, una acusación que molestó al republicano llevándole a replicar que todos invierten en esas compañías. La siguiente pregunta quedó formulada como: «¿Qué va a hacer para ganar mi voto en 2012?». Obama apeló a que había llevado a cabo lo que había prometido en relación con Irak, Osama Bin Laden, la creación de más de cinco millones de empleos, la sanidad o la igualdad de salario para las mujeres y que seguiría adelante con lo que quedaba por hacer porque Romney no era el dirigente que necesitaba la nación. Romney, apelando a Reagan, señaló que votar a Obama implicaría cuatro años de lo mismo y que la elección giraba en torno a quién gobernaría bien para la clase media. La séptima pregunta estuvo relacionada con el espinoso tema de la inmigración, tan esencial para colectivos como los hispanos.

Romney sostuvo que EE UU recibía a los buenos inmigrantes y que concedería la residencia permanente a estudiantes excelentes en ingeniería y ciencias; y a jóvenes que sirvieran en el Ejército, pero que los ilegales no podían esperar el mismo trato que los que cumplían la Ley. Obama supo jugar la baza de la Dream Act –que existía desde el año 2001, pero nunca se presentó al Congreso– y subrayó el hecho de que intentos más relevantes por solucionar el tema de la inmigración se habían visto paralizados por la mayoría republicana en el Congreso. La octava pregunta condujo el debate hacia el atentado contra la Embajada de EE UU en Libia. Obama alabó la labor del cuerpo diplomático, asumió su responsabilidad y criticó que Romney hubiera intentado ganar «puntos políticos» con el tema, una referencia que enojó al republicano. Romney volvió a intentar sacar partido del episodio y censuró que Obama hubiera volado a Las Vegas a reunir dinero para su campaña el día después, pero en ese punto el republicano cargó en exceso la mano. Con gesto solemne que impresionó al público, Obama dijo, clavando la mirada en Romney, que nadie de su equipo habría hecho nunca política con la muerte de aquella gente y que sólo mencionarlo era «ofensivo». La respuesta fue tan contundente que Romney no pudo evitar trabucarse.

La novena pregunta estuvo relacionada con las armas de asalto. Obama defendió la segunda enmienda, que permite a los ciudadanos llevar armas, pero insistió en que había que cambiar la cultura de la violencia. Cuando Romney alegó que no sabía cómo pensaba hacerlo, Obama le dijo que no comprendía cómo había controlado las armas en Massachusetts y ahora había cambiado de opinión. La décima pregunta estuvo relacionada con los planes para crear empleo. Romney atacó las malas artes de China, tema que aprovechó Obama para volver a acusarlo de haber invertido en compañías que se llevaban trabajo a la nación asiática. Esta vez, el republicano negó la acusación y dirigiéndose al público dijo: «El Gobierno no crea empleos». Así, los dos candidatos llegaron a la undécima y última pregunta referente a la peor percepción que el pueblo americano tenía de cada candidato.

Romney respondió que a él le preocupaba el pueblo americano y que era así porque creía en Dios, había sido misionero y después pastor de su iglesia durante diez años. Igualmente, estaba convencido de que EE UU podía volver al buen camino. Obama aprovechó para negar que él creyera que el Gobierno creara empleos y aprovechó para alabar la economía de mercado, pero insistió en que todos tenían que jugar con la mismas reglas y no se podía decir, como Romney, que el 47% de los americanos era irresponsable cuando entre ellos se encontraban estudiantes, soldados o trabajadores. Si los ciudadanos lo votaban, la próxima generación tendría esperanza. Así terminó el debate. Romney había perdido la oportunidad de decidir la campaña y Obama había vuelto a demostrar que es un gran comunicador. CNN, ABC y CBS lo daban como ganador. El tercer debate será, pues, decisivo.