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Los dineros del fútbol por Marta Robles
Cristiano Ronaldo me tiene frita. No es que el chico no haga bien su trabajo. No. Lo que sucede es que ahora que andamos navegando entre las cifras del paro y la crisis galopante, sus dispendios me parecen aún más amorales que en los tiempos de las vacas gordas. Y los tiene. Como no.
Claro que, cumplir 27 añitos y poder regalarse un pedazo de Lamborghini de 350.000 euros, ni más ni menos –más de lo que cuestan muchas casas, por cierto–, debe ser una auténtica gozada.
¿Se imaginan no pensar en los precios de nada desde los veintisiete años y para siempre…? Supongo que si a mí, desde mi atalaya de cuarentona me corroe la envidia, al imaginarle el pasado cinco de febrero celebrando su aniversario en un restaurante de lujo, junto a su novia, una de las mujeres más bellas del mundo, y con su cochazo a la puerta, a los miles y miles de jóvenes de su edad, a quienes sus carreras universitarias, sus másteres y otros esfuerzos no han servido, de momento, más que para costarles dinero a sus padres, les debe pasar lo propio, pero multiplicado por mil. Dirán que cobra tanto porque genera más. Y será verdad. Pero si de siempre los dineros del fútbol me parecieron exagerados, ahora que el mundo anda tan económicamente revuelto, me parecen poco menos que inaceptables.
No es que yo piense precisamente que Cristiano Ronaldo tenga que compartir sus quince cochecitos de nada –entre ellos, cuatro Audis, un Aston Martin, dos Mercedes, un Porsche, un Maserati, un Bentley…–; sino que, de verdad, no entiendo cómo siendo futbolista –y no científico o médico o filósofo– se puede llegar a cobrar tanto.
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