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Crítica de cine

Todo es prescindible por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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Lo nunca visto. Ni en las peores pesadillas hubiéramos imaginado llegar a una situación en la que, por decreto de la crisis y de la insensibilidad que la acompaña, todo, absolutamente todo en la cultura, resulta prescindible. En el resto de países del mundo hay iconos, elementos tabúes que, por mal que vayan las cosas, resultan incuestionables. Aquí no. Da lo mismo que sea un museo, un centro cultural, un teatro, un festival… Hemos llegado a tal punto de relativismo, de enloquecimiento colectivo, que cualquier cosa que huela a cultura es tachada de inmediato como un artículo de lujo.
En realidad, la actual situación es consecuencia de los déficits educacionales que padece España desde tiempos inmemoriales. Nunca hemos sabido valorar la cultura como algo determinante en la vida de nuestras sociedades. Tenemos un concepto de lo útil extremadamente estrecho y miserable: cuanto no resulta rentable de una manera directa, inmediata y universalmente visible no cabe en el cesto de las prioridades. Y eso ha motivado que la cultura siempre se encuentre con un pie pisando el abismo, en una situación de vulnerabilidad que la deslegitima ante cada situación adversa. Da lo mismo que, en un ejercicio de defensa a la desesperada, se movilicen estadísticas abrumadoras, que con razones sobradas se subraye la importancia capital que para el turismo posee el carácter referencial de tantas y tantas instituciones culturales, que se argumente por activa y pasiva que no hay mayor y mejor campaña de comunicación para un territorio que la proporcionada por su cultura. Da exactamente igual. Para los que sólo entienden de cifras y este tipo de lenguaje les podría mostrar un asidero fácil al que agarrarse con la conciencia libre de culpas, ni siquiera esta realidad les conmueve. Entre los demagogos, los cobardes y los mediocres, parece que la sentencia ya ha sido redactada de manera irrevocable: cualquier experiencia cultural es prescindible.