Cádiz
La chatarra espacial bajo control español
La Agencia Espacial Europea instala a las afueras de Madrid un escáner para localizar los millones de fragmentos de «basura» que orbitan sin rumbo alrededor de la Tierra
MADRID- En la era de las comunicaciones en la que vivimos, estar conectado es un requisito imprescindible. Sin embargo, no sería posible sin los satélites que orbitan alrededor de nuestro planeta. Son ellos los que nos aportan la red gracias a la cual los teléfonos móviles llaman y los GPS localizan nuestra posición exacta. Todo funciona correctamente hasta que entra en acción la «basura» espacial. Es decir, los restos de cientos de millones de aparatos que deambulan más allá de nuestra estratosfera y que pueden tardar más de 200 años en regresar a la Tierra. A simple vista, no deberían representar una amenaza, pero lo son. Para los satélites útiles que deben esquivarlos, para la Estación Espacial Internacional (EEI) que ya ha sufrido algún «susto» e, incluso, para los que habitamos el planeta azul.
Grandes «como un autobús»
Algunos pueden pesar más de 4 toneladas. «En el catálogo que tenemos, hemos identificado varios tamaños y su movimiento oscila entre los 10 cm a los 7 km por segundo. Pueden ser tan grandes como un autobús», explica Emmet Fletcher, director de Vigilancia y Seguimiento Espacial de la ESA (Agencia Espacial Europea). Lo que más preocupa a los investigadores es que, «en los últimos seis años, la cantidad de aparatos se ha duplicado», insiste el experto. La principal consecuencia: «Todos los días tenemos que mover satélites para evitar colisiones y eso reduce su vida, ya que gastamos más combustible del necesario», añade.
La realidad de este problema ha obligado a todas las agencias espaciales a buscar soluciones para luchar contra el colapso en las órbitas terrestres. Desde 2006, la ESA, junto a otras agencias internacionales como la NASA, han incluido una nueva norma a la hora de lanzar satélites al espacio: que éstos contengan un dispositivo por el que, desde la Tierra, se puedan recuperar. Pero eso no ocurrirá hasta dentro de decenas de años cuando se hayan desarrollado sistemas de recogida mucho más complejos.
Por el momento, una de las grandes preocupaciones es localizar la situación de cada uno de los trozos de satélite que viaja sin rumbo por el espacio. Para ello, hace menos de un mes que la Agencia europea montó en Santorcaz, a 30 kilómetros de Madrid, un nuevo escáner «de prueba» gracias al que se ubica exactamente dónde están estos residuos. En apenas cuatro metros cuadrados, Indra ha instalado dos aparatos en los que se han invertido unos cinco millones de euros y que combinan la detección con la recogida de datos. Es lo que se denomina radar monoestático, por la cercanía de los dos aparatos. Sus pequeñas dimensiones reducen la capacidad de captación de los fragmentos, pero «su diseño nos permitirá comprender en gran medida los problemas técnicos derivados de la detección de basura», insiste Gian María Pinna, responsable del Segmento de Tierra del programa Conocimiento del Medio Espacial de la ESA. Lo que busca este programa es «adelantarnos a las circunstancias y prever las situaciones peligrosas. Informaremos a los dueños de los satélites antes de la colisión», sostiene Pinna. El funcionamiento de este pequeño aparato es muy sencillo. Se basa en la emisión de energía electromagnética que «ilumina la basura». Sus datos los recogerá la antena que queda a apenas unos metros del emisor.
El proyecto de la ESA no es el único que se ha puesto en marcha en España para identificar los fragmentos que flotan a nuestro alrededor. El Real Instituto y Observatorio de la Armada que se sitúa en Cádiz, no es sólo el responsable de mantener nuestros relojes a punto, controlando la hora, también presentó un programa en mayo de 2011 por el que exponía como, gracias a las fotografías que tomaban sus telescopios, eran capaces de identificar fragmentos de «basura». Los datos que recopilan se los transmiten directamente al Programa de Basura Espacial de la NASA. La detección es una parte importante de la protección de universo más próximo, pero el siguiente paso es, aún más relevante. Deshacerse de estos fragmentos que flotan peligrosamente. Hay equipos de investigadores que trabajan exclusivamente en atajar este problema, pero, por ahora, son pocos los proyectos que están saliendo adelante. El más prometedor lo está desarrollando la Agencia Espacial de Suiza en la Escuela Politécnica Federal de Lausana. Este enero ya anunció la creación de una familia de satélites «limpiadores» que se lanzarán en tres años y se ocuparán de desorbitar la «basura». El programa «Clean Space One» enviará estos aparatos a 700 kilómetros de altura para, poco a poco, ir acercándose a la órbita del objeto que se quiere eliminar, gracias a un motor ultracompacto que le permite circular a 28.000 kilómetros por hora. Una vez alcance su objetivo, extenderá una especie de gancho con el que atrapará el objeto. Juntos volverán a la Tierra, donde, al entrar en contacto con los gases de la atmósfera, los dos se desintegrarán tras alcanzar temperaturas superiores a los 1.000 grados. «Queremos ser pioneros en entregar productos, llave en mano, y diseñados para una vida útil muy extensa. Buscamos ser los pioneros en la limpieza del espacio», insiste Volker Gass, director de la Agencia suiza.
Además del modelo suizo, también se han planteado otras alternativas a la recogida de restos espaciales. Científicos británicos de la empresa Astrium ya están construyendo los primeros prototipos de los denominados «arpones espaciales». Es un método similar al de Lausana, ya que lo que busca es atrapar los objetos. Sin embargo, su mayor diferencia es que busca reconducirlos hacia órbitas más bajas para que aceleren su descenso y se autodestruyan al entrar en la Tierra. Otra idea que puede sonar a ciencia ficción es la que plantea MacDonald, Dettwiller y Asociados. Proponen crear un vehículo que se enviaría desde una estación central. Recogería la chatarra y la devolvería a su sitio de origen. De acuerdo con su proyecto, se empezarán a lanzar en 2015. ¿Ficción o realidad?
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