La burbuja sector público

Empeñado como estuvo durante no poco tiempo en acabar con la que sigue calificando de economía especulativa del ladrillo no advirtió Zapatero, ni le advirtieron, que las suculentas bases fiscales sobre las que soñó edificar la más grande política social jamás contada hundían también sus raíces en el mismo suelo donde se asentaban los cimientos de los edificios malditos. Es decir, al gobierno socialista le ha pasado lo mismo que al que decidió asar la mantequilla o que al que vendió el coche para comprar gasolina, refranes tan demoledores como la crisis actual. Porque si un militar no es más que un civil vestido de uniforme, el dinero público no es más que la cantidad que la Administración decide extraer para sí del tráfico económico privado, de forma que si éste disminuye las arcas públicas se vacían y las promesas electorales devienen en condena de hemeroteca. Por eso tras el pinchazo, en parte provocado, de la burbuja inmobiliaria, ha sobrevenido el verdadero globo sin aire a la deriva sobre el que poco a poco se va desinflando y cambiando de dirección el zapaterismo, una corriente política surgida para repartir la opulencia al tiempo que gustaba de insultar al opulento. Afortunadamente aquí en Andalucía Pepe Griñán y Carmen Aguayo son otra cosa, gente mucho más seria capaces de infundir confianza y seguridad. Pero al estar subordinados a Ferraz y a la vez con el aliento en la nuca del mejor PP de Javier Arenas, corren el riesgo igualmente de quedarse sin discurso. Los planes de austeridad que impone Europa bastante tendrán con dejar en paz el gasto sanitario y educativo (Virgencita, que se queden como están) pero qué pasará con la Ley de la Dependencia y la Andalucía Sostenible sólo Dios sabrá. Por cierto, qué bien hubiera venido haber cobrado antes los ochocientos millones de la Deuda Histórica porque los solares no valen para la política anticíclica que precisa ahora ese dramático millón de parados que escuchan ya, de nuevo, los cantos de sirena de la emigración.