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Los humoristas y la delirante teoría del caos

«Humoristas»Paul Johnsonático de los libros302 páginas, 22 euros.

Los humoristas y la delirante teoría del caos
Los humoristas y la delirante teoría del caoslarazon

BARCELONA– ¿Qué tienen en común el pintor William Hogarth, el periodista e inventor Benjamin Franklin y los escritores Charles Dickens y G.K Chesterton con el Gordo y el Flaco? Es fácil, todos eran hombres, todos están muertos, y, a pesar de ello, todos todavía hacen reír. El historiador Paul Johnson se hace eco de sus vidas y sus anécdotas más singulares en el desternillante ensayo «Humoristas» (Ático de los libros), un repaso exhaustivo por la historia de la comedia a través de sus grandes protagonistas.

Y lo primero fue la risa
Johnson empieza su particular recorrido por el Antiguo Testamento, que incluye nada más y nada menos que 26 risas. La primera, la de la anciana Sara, mujer de Abraham, que no puede evitar reírse cuando oye como Dios le dice a su marido que ella, justamente ella, se quedará embarazada. Venga ya, piensa la vieja mujer y Dios le echa una reprimenda. A partir de aquí, Johnson traza el retrato de cada personaje y los encuadra dentro de dos contrarios, el caos y la normalidad. El sentido del humor es el anverso de la moneda del sentido común, o sea es el que rompe la lógica y la convención. Sartre decía que la risa le había salvado la vida. El pobre era bajito y feo y no destacaba en nada. Hubiera sido un paria en la escuela, pero sabía hacer reír y eso le salvó. «Decían que olía mal, y quizá era cierto, pero podía hacerles reír», contaba el filósofo, que le encantaba burlarse de los que todavía eran más feos y pequeños que él, el miserable.

El primer humorista que Johnson estudia es el pintor William Hogarth, que en el siglo XVII hizo de sus cuadros burlescos el primer antecedente de la tira cómica y por tanto es el padre del cómic contemporáneo. También presenta el lado travieso del pintor satírico Thomas Rowlandson o de Toulouse-Lautrec. «El reto es demostrar que la alta cultura no está reñida con el humor y que el humor puede alcanzar un grado de trascendencia artística igual o superior al de la tragedia», comenta Joan Eloi Roca, traductor y editor del libro.

Dentro de la amalgama de personajes célebres, se descubren historias asombrosas y el lado menos amable de los cómicos. W. C. Fields aseguraba en 1938 que se había gastado desde que era famoso 185.000 dólares en whiskey y decía que no bebía agua porque los peces fornicaban allí. Una vez, en uno de sus «delirium tremens» intentó matar a unos cisnes en su jardín. «Hasta que no hagan caca verde, no los quiero aquí», dijo.

Johnson deja que los cómicos hablen por sí mismos. James Thurber, que perdió un ojo de pequeño con una flecha, le gustaba asustar a la gente con ojos de cristal con la bandera americana. Edmund Wilson certificó 340 expresiones relativas a la intoxicación etílica durante la Ley Seca. El escritor Damon Runyon se inventó unos centenares más. Charles Chaplin divertía a sus invitados con sus imitaciones de Gary Cooper pensando y Clark Gable poniéndose su dentadura postiza. En fin, como decían los hermanos Marx: «Servicio de habitaciones, mándeme una habitación más grande».