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Somos masoquistas

La Razón
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A muchos les molesta la sangre, el dolor, el sufrimiento de la Semana Santa. Los protestantes repudian nuestra imaginería tradicional. ¿Por qué hacemos los cristianos el Vía Crucis? ¿Por qué repasamos minuciosamente flagelaciones, traiciones, escupitajos, caídas con la cruz? Somos sospechosos de masoquismo. En la sociedad de los triunfadores, estas cosas chirrían. Conviene ser guapo, rico y felizmente entregado a la pareja. Pero no todos entramos en esa clasificación.
 Cuántas veces un famoso me ha confesado que su vida amorosa es un asco. Cuántas he visto el cinismo y la desesperación en la mirada de un político. En cuántas ocasiones se percibe el vacío entre los dedos de un banquero. El Vía Crucis es la oportunidad para todos los miserables. Para nosotros. No hay desgracia ni dolor que queden fuera. Si has perdido un hijo, María te muestra al suyo, destrozado entre sus brazos. Si has traicionado a tu mejor amigo, o a tu mujer, entras con Pedro en la lista, porque él abandonó a su Señor cuando éste más lo necesitaba. Si has hecho el ridículo, ahí tienes a Cristo, desnudo y humillado («Soy un gusano, no un hombre… al verme, se burlan de mí», Sal,22). Si te has vendido por dinero o matado, vas con Judas, al que Cristo llama «amigo». Si has fracasado, ahí tienes a Jesús muerto. El Hijo del Hombre comparte la suerte de los que son considerados la escoria de la humanidad porque no saben, no pueden o no valen. Él los abraza. El Vía Crucis es el mayor espacio de amor, el que no excluye a nadie. El que abarca todas las heridas, miserias, desgracias. Si usted es perfecto, no necesita rezarlo. Si no lo es, bienvenido amigo.