Londres
Roberto Álamo desnuda a Brando
Despues de dar vida a Urtain, Roberto Álamo interpreta a otro duro: Stanley Kowalski, el protagonista masculino de «Un tranvía llamado Deseo» que dirige Mario Gas. Le acompañan Vicky Peña, Ariadna Gil y Alex Casanovas.
Kowalski es el mito del hombre en camiseta. El personaje teatral, de ficción, reconvertido en ídolo de masas gracias a lo cinematográfico. Marlon Brando fue el actor que hizo temblar a nuestras madres, que era el público de aquellos 50, y que convirtió a esos novios de aspecto normal que arrastraban de sus brazos en chicos corrientes, quizá demasiado. Esa interpretación, que requería el esfuerzo del sudor y la camiseta escasa, de tirantes, convirtió a la Blanche Dubois de Vivien Leigh, la protagonista de la obra en realidad, en algo secundario, y dio paso a una leyenda. Roberto Álamo, que viene de dar aliento a otro duro, Urtain, que es la tragedia de la fuerza, del puñetazo rudo, sin educación pugilística, el boxeador a quien el sucidio tumbó en la lona definitivamente, se ha metido en la piel de Stanley Kowalski en la adaptación que Mario Gas ha hecho ahora de «Un tranvía llamado Deseo».
Estirpe de duros
Le acompañan en este montaje Vicky Peña, como Blanche, y Ariadna Gil, Stella, la hermana de la anterior, en este drama de Tennessee Williams, que se ha estrenado el día 18 de este mes en Santander y que próximamente llegará a Madrid. «Habría que preguntarse qué son tipos duros –comenta Álamo–. Urtain era duro por exigencias de la vida, aunque sensible en una sociedad en la que podía serlo. El Stanley que ha propuesto Mario Gas es menos duro que el que reconoce el público. Éste es, quizá, más irónico que duro. Pero no encuentro en realidad muchos paralelismos entre los dos. Urtain tenía menos ironía y Stanley, más, aunque tenga componentes violentos, de enorme dureza». Álamo, que ha terminado la adaptación televisiva del montaje de «Urtain», una obra revelación, aborda un papel que viene estigmatizado. «Marlon Brando genera un mito. Es la primera vez que un actor aparece relajado, sin pose, como si estuviera viviendo y no actuando. Pero desde entonces, cada vez que se le ha dado vida, los actores han entregado lo que tenían dentro. Desde luego, Kowalski tiene un atractivo, pero al que ahora doy vida es al de Mario Gas». Las comparaciones no le arredran. Tampoco la sombra que ha generado su anterior trabajo, ese Urtain que ha reforzado todavía más su presencia en el teatro. «Todos los papeles son complicados. Desde el panadero hasta Cristo. Todos los personajes tienen sus propias dificultades. Esto va de jugar con las contradicciones humanas y a mí me encanta bucear en mí».
Violencia
Álamo habla con confianza del autor. No lo llama Tennessee, sino Williams. Y, también, con crudeza, de la introspección y el esfuerzo que supone meterse en la piel de un personaje que va contra ti mismo. «Es un trabajo que hay que hacer. Te ayuda a soltar los demonios que llevas dentro. Kowalski está teñido de violencia por algo. La gente no es violento porque sí. Hay que interrogarse, precisamente, por ese por qué. Es lo que yo he hecho en el caso de Urtain y de Kowalski. Parte de su violencia forma parte de nuestro magma vital. Nacer es hermoso, pero también en ese momento se produce un desgarro doloroso. Hay un choque, una violencia. La cultura es lo que hace que el hombre se aparte de ella. En mi caso es una maravilla poder soltar la que escondo en mi interior. Para afrontar los dos trabajos que he abordado recientemente tienes que expulsar toda esa violencia al exterior. Lo necesitas para hacer arte. La violencia yo se la regalo al personaje».
El texto es una confrontación de caracteres. Dos polos opuestos, Stanley y Blanche, que no piensan renunciar a sus ideas. La realidad de las clases trabajadoras, las que van a sacar a Estados Unidos hacia adelante a partir de 1945, y la de esa aristocracia del sur, ya en decadencia, que insiste en perpetuarse en una sociedad que ya no la reconoce. Blanche vive todavía en unos ideales que hace tiempo han de-saparecido. Una circunstancia que se niega a admitir, a la vez que oculta un pasado desgraciado que su antagonista en la escena, el marido de su hermana, Kowalski, desvelará con crueldad. «El público puede percibir el choque entre ese sueño de perfumes que representa la protagonista femenina y la realidad de los trabajadores, que es Kowalski. Son dos mundos que se enfrentan». Para explicar el significado de la obra, Álamo prefiere siempre explicar a los personajes.:«Kowalski, en el fondo, está defendiendo su terreno. No puede permitir que se lo invadan. Pertenece a la clase trabajadora de la década de los 40, de descendencia polaca, que se marchó a Estados Unidos después de la hecatombe. Él quiere ser americano cien por cien y lucha por ese sueño. Todo lo que se ponga en medio, como Blanche, es una interferencia».
El paralelismo de aquella sociedad de posguerra, que se abría paso hacia el futuro con inmigrantes y que veía cómo los ideales sobre los que se había fundamentado se requebrajaban con lentitud ante el progreso, comparte parecidos con esta Europa actual, cuyo mundo parece en peligro y que requiere de extranjeros para continuar avanzando y no quedarse anclada. «Si este drama no tuviera actualidad no merecería la pena que se representara. Está cargado de actualidad. De hecho, las grandes obras de teatro siempre son contemporáneas y lo seguirán siendo en el futuro, porque son atemporales. Autores consagrados como William Shakespeare o Chéjov continúan siendo modernos porque tienen, precisamente, esa carga de actualidad».
El verdadero protagonista
Roberto Álamo aparece en escena con camiseta y también sin ella. Pero no teme las comparaciones con Marlon Brando: «En absoluto. Allá aquellos que comparen a Brando con otro actor. Siempre existe una enorme diferencia entre, por ejemplo, Urtain y el Urtain que tú haces. Yo hago un trabajo. Veo la historia a través del texto que dejó escrito Tennessee Williams. Es más importante el autor que el actor. Williams que Marlon Brando. Este actor se ha convertido en un icono y en un icono del cine. Es como decir también que te quedas con Laurence Olivier, que la llevó a escena en Londres, que al escritor que la inventó». Roberto Álamo, no obstante, subraya un aspecto importante. Algo que parece que se ha perdido en todos estos años desde que Elia Kazan rodó su «tranvía». «La función realmente es de Blanche Dubois. Es la verdadera protagonista. Es tan tremenda que caló muy hondo. Ella es la que está en cada una de las escenas de esta obra».
El detalle
El tranvía que no hay que dejar pasar
Se escribió para el teatro y se estrenó en un teatro. Marlon Brando fue el actor escogido para un montaje que luego Elia Kazan llevó con igual éxito en el cine. La obra llegó a Broadway el 3 de diciembre de 1947. Al año siguiente, su autor, Tennesse Williams, recibiría el Premio Pulitzer. Desde entonces ha tenido innumerables adaptaciones. «Mucho más complicado que la violencia es la ironía –comenta Álamo cuando se refiere a su personaje–. La ironía con la que doto a mi Kowalski requiere una elaboración mayor. Es un rasgo que necesita mayor elaboración». Para él, uno de los mensajes de la función está claro: «El deseo es lo que está más alejado de la muerte. Si dejas pasar el tranvía, estarás muerto en vida».
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