Isabel Pantoja
Televisión en vena
Apliquemos aquel poema-examen de conciencia de Gil de Biedma: De qué sirve, quisiera yo saber, hacer tesinas periodísticas, clamar por escrito contra el desgobierno, atizar a los giles independentistas del PNV que parten el mapa y pagan barato el daño con un bono de 18 meses de diálisis al vampírico Zapatero, lamentarse de los honrados cuernos de Patxi López, sufrir por nosotros o por los otros. De qué sirve si el poder político alienta que los españoles se chuten más de cuatro horas de (esta) televisión al día y per cápita. Come, duerme, trabaja, ve la programación y pon la mente a cero. Está criado y saludable un gentío ufano, acrítico, al que se ha guiado para evitarle ver la democracia como contestación. Al otro lado de la pequeña pantalla, los cientos de miles que han incorporado a Belén Esteban a su libro de familia, consideran problemática extranjera todo lo que no le muerda en la nómina o le excite las bajas pasiones. Con España convertida en una corrala de chismes, faldas, menudeo de drogas, saqueadores municipales, devaneos y ralea linchadora, los políticos y los programadores han dado con una mina inagotable: Isabel Pantoja, quien, incluso admitiendo que hubiera tenido un romance con Luzbel, ya ha expiado en horas de televisión todos sus pecados, los mortales y los veniales. Si la condenan a hacer trabajos sociales, que esgrima un certificado de las horas que ha entretenido a la audiencia, despojada de toda reputación y carbonizada en la parrilla de los programas rosas.
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