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Túnez

Los refugiados libios ponen rumbo a casa

La Razón
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TÚNEZ- En la entrada de un supermercado del centro de la capital tunecina, una señora se queja porque no hay leche. Las estanterías del Magazine General dedicadas a los lácteos y al agua están vacías. «Llevamos dos días de escasez, los libios han arrasado», cuenta una de las dependientas, quien asegura que en estos últimos días el litro de leche ha subido de 1.100 dinares (56 céntimos de euro) a 1.210 (62 céntimos) y que ella tampoco tiene en casa. «También se llevan las latas de atún: de estar a 4.350 (2,2 euros), ahora cuestan 5.290 dinares (2,7 euros)». La muerte de Gadafi ha provocado que la mayoría de los refugiados libios quieran regresar a sus hogares y se aprovisionen de víveres para el viaje. Sin embargo, más allá de este problema de escasez el pueblo tunecino se solidariza con el libio. «Somos como hermanos», cuenta Khaled Ben Jalia, uno de los primeros que se movilizó para enviar medicinas a la frontera con Libia. «Creíamos en su causa y fuimos muy solidarios con ellos. En el sur, los tunecinos más humildes han abierto sus hogares y han dado de comer a desconocidos durante meses». De la guerra escaparon las grandes fortunas de Libia que adquirieron viviendas o se alojaron en los mejores hoteles del país. En Nasir, uno de los distritos de más nivel, se podían ver hasta el viernes centenares de banderas de la «Libia libre» en las terrazas. Pero ahora, sólo quedan los familiares de los rebeldes heridos que están recibiendo tratamiento médico. Llama la atención la cantidad de libios en muletas, sillas de ruedas y con vendajes. En el Hotel El Hana Internacional, en el centro, hay 1.200 libios heridos hospedados. A Fadel Al Were, un joven de 25 años que colgó su bata de farmacéutico por unirse a las filas rebeldes, sólo le quedan dos semanas en Túnez. «Tengo un disparo de mortero en la pierna y otra en el cuello, los gadafistas atacaron a mi familia y decidí luchar. Ahora no sé que pasará, pero me siento feliz», dice con una gran sonrisa.


Arroz y corán, los «alimentos» de Gadafi
Gadafi estaba cansado de la vida de fugitivo tras dos meses escondido en Sirte. Comía pasta, arroz y leía el Corán. Lo que no hizo fue disparar un solo tiro. Sin ordenador, estaba desconectado del mundo, pero usaba su teléfono por satélite para enviar mensajes a una radio siria. Lo contó ayer su mano derecha Mansour Dhao Ibrahim en un artículo del «New York Times».