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Este bolso es de hombre (aunque no lo parezca)
El maletín es el bolso del hombre, y con eso estaría todo dicho... al menos, hasta hace unos años. Sin embargo, ahora, el guirigay posmoderno de sexos y tendencias, combinado con el no parar de la moda, deja desfasado este principio. El bolso sí puede ser cosa de hombres.
Pero, ¿lo es realmente? Oferta no falta, sobre todo entre las grandes firmas: Gucci, Dior, Luis Vuitton han hecho de esta prenda un «must». Y, puesto que su «palabra es la ley», el «prêt-à-porter» ya ensaya sus adaptaciones para todos los bolsillos. Pero la calle sigue sin tenerlo claro. El prejuicio está demasiado arraigado como para caducar en un abrir y cerrar de ojos. Al fin y al cabo, cuando uno busca imitar a su madre, ¿no echa mano acaso de sus pendientes y su bolso?
El masculino tuvo un tímido precedente: se llamó (lo llamaron) mariconera. Hizo furor a caballo entre los ochenta y los noventa, pero su propia denominación –el DRAE la cataloga de «despectiva»– disuadió a más de uno. La mariconera, playera y utilitaria, no es más que un sucedáneo de lo que ahora se plantea: bolsos con todas las de la ley en manos del hombre.
Los «fashonistas» puros y duros se han lanzado en masa en su defensa; llenan foros en la red con la cantinela del «por qué no». Algunos adelantados de París, Londres o Milán ya lo lucen, fatuos y orgullosos, como quien pontifica una nueva religión. «El siglo XXI será el del bolso masculino o no será», parecen decir. Son carne de cañón para los blogs de moda.
Lucen que ni pintados en «The Sartorialist» o en el «front row» del último pase de Hermés. Pero... no es eso, no es eso. La pregunta es otra: si usted y yo accederemos a llevarlos.
Para el común de los mortales, el uso del bolso es de ámbito restringido: se deja ver especialmente en aeropuertos y estaciones, contadas veces en las avenidas. El hombre de a pie aún necesita el parapeto de la utilidad para atreverse a llevarlo, engañarse con la idea de que no es más que un antiguo morral adaptado a las necesidades de los tiempos...
Probablemente, queda un largo trecho aún para que el género «fuerte» exhiba gratuitamente –por moda, literalmente– un accesorio tan identificado con su reverso sexual. Mientras, ensaya con fundas, accesorios para notebook e iPads y toda suerte de envoltorios para los «gadgets», ¡tan masculinos!
El reto es «desenganchar»
Sin embargo, la solución de continuidad, a medio camino entre la mariconera y el bolso, ya existe. La bandolera es aséptica y poco comprometedora. Ni mochila, ni maletín, ni bolso, ni cartera, y a la vez todo ello. Es la excusa perfecta para quien busca una transición pacífica hacia la tiranía del bolso que, dicen, se avecina. Por eso, desde sus orígenes sport y cuasi proletarios, se ha ido enriqueciendo con formas, dibujos y diseños que comienzan a delatar sus posibilidades meramente aparentes.
En el gesto básico de desenganchar la cinta y asir la bandolera por el mango se encuentra el reto que podría hacer época en la moda masculina. Pero ese simple gesto, ¡cuesta tanto! Mientras se dirime la cuestión –bolso sí, bolso no–, una cosa está clara: hace falta mucha clase y carisma para «aguantarlo» por encima de los prejuicios.
Una última cuestión: ¿y si después de tanto debate resulta que ellas no lo ven claro? Tanto todo para nada...
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