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Con la mano

La Razón
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Es algo que sabe cualquiera: su ambición puede servir para que un hombre gane dinero. Que a su lado aparezca cierta clase de mujer, servirá seguramente para que ese dinero cambie de mano. Ocurren muchas otras cosas alrededor de ese trasiego: codicia, sexo, poder, corrupción, vicios… en definitiva, novela negra. Contando con que hay muchas variantes en el género, al final con frecuencia todo se reduce a que un tipo pierde la cabeza por una mujer interesada, olvida sus propios criterios, descuida la guardia y se conforma con una idea que le obsesiona desde que dio con aquella mujer: conseguir su confianza hasta que le permita guardar la pistola en el cajón de sus bragas. Bien que con variaciones, eso es así desde siempre, una lucha entre la ambición y las flaquezas, un duelo trágico e inquietante entre la lucidez de las mujeres «malas» y la debilidad de los hombres. No importa que parezca una simplificación, porque casi todo en la vida ocurre de una manera más elemental de lo que nos parece. ¿Y por qué se establece tan a menudo esa clase de relación entre los hombres y las mujeres del género negro? Es fácil. Se produce porque la novela negra es un reflejo descarnado de la sociedad. Y también, porque mientras ellas piensan con la cabeza, a los hombres con frecuencia sus ideas más irresistibles se les ocurren en algún lugar húmedo un palmo por debajo del cinturón. Un tipo duro me dijo de madrugada en su antro que sus decisiones más irresponsables, pero también las más agradables, las había tomado gracias a haber perdido el control por culpa de una mujer decididamente interesada. Yo estuve de acuerdo con él casi sin necesidad de escucharle, pero por si me quedase alguna duda, se extendió: «En la vida de un hombre hay un tiempo para cada cosa, amigo. A cierta edad es inevitable que el cansancio nos vuelva más reflexivos, sobre todo, porque ya no podríamos ser temerarios, ni fogosos. A veces la bondad es una inesperada consecuencia de la incapacidad para el mal. El mujeriego que cambia de actitud y vuelve a casa con lo suyos, no lo hace porque se lo demande su conciencia, amigo, sino porque desconfía de que le falle la próstata». En el género negro nada de eso le ocurre al hombre que se dedica a las mujeres «malas» y disfruta incluso si ellas le hacen daño. El placer constituye de ese modo una elegante manera de sufrir. En realidad están hechos el uno para el otro, igual que el fuego y el humo, como la gula y el vómito. Se supone que algo de inefable placer tiene que haber en que una mujer te toque el corazón con la mano de coger el dinero.