París
Nadal
Ha ganado diez grandísimos, diez torneos de «Grand Slam». Ha ganado dieciocho grandes del «Master 1.000», y muchos medianos, como el lamentablemente rebajado Conde de Godó. Tiene la medalla de oro olímpica, y tres ensaladeras de la Copa Davis. Veinticinco años. Una familia ejemplar, una novia normal y guapísima, una formación humana extraordinaria. De los diez grandísimos, seis en París. Una delicia. Nada molesta y humilla más al parcial y antipático público de «Roland Garros» que una victoria de Rafa. Le disputa la final a un hijo de Gadafi, y los parisinos se vuelcan con Gadafi. Complejo se llama eso. Ahora viene la etapa de la hierba. El «Queen's» y Wimbledon. Otra cosa. Un público educado e imparcial que aplaude los aciertos y silencia los errores. El tenis de verdad. Hace cincuenta años que Manolo Santana ganó su primer Internacional de París a Nicola Pietrángeli. Despúes de don Manuel ha habido grandes tenistas en España. Él abrió la espita. Pero su heredero es Rafael Nadal. En talento y en talante. Viendo su superación en este «Roland Garros» no resulta exagerado soñar con su tercer Wimbledon. Allí lo adoran. Como en Australia y Estados Unidos. Sólo en Francia desean su derrota, y tararí que te ví.
Décadas llevan sin un francés en los tramos finales de su torneo. No es culpa de Nadal. Y Nadal cuenta con otros enemigos en España. Los españoles que no quieren serlo. No deja pasar ocasión Rafa de abrigarse con la Bandera de España en cada ocasión que triunfa. Y claro, los rebaños del retroprogresismo rebuznan. Rubalcaba no se ha atrevido con Rafa como con Marta Domínguez. Rafa Nadal representa todo lo contrario que el agonizante socialismo. La honradez, el trabajo, el talento y el patriotismo. Sí, he escrito patriotismo, eso tan anticuado para muchos. En ese aspecto, los franceses son ejemplares y envidiables. Brindo por ellos. Tengo escrito, y repetidas veces, que una tribuna de Wimbledon se reserva para los buenos aficionados fallecidos. Wimbledon es lo más. El formidable actor Arturo Fernández fue sorprendido por Antonio Mingote vestido de tenista y ligando con una americana. Cuando se encontraron a solas Antonio se interesó por el atuendo. «Es muy aficionada al tenis y está loca por mí. Me preguntó qué campeonato habia ganado y me abrazó emocionada cuando le respondí: Wimbledon».
A Rafael Nadal le queda por delante mucha cancha y más futuro. Nos hace felices, y esa felicidad que nos regala con sus victorias hay que agradecérsela públicamente, a viva voz, sin complejos. Con el permiso de otros inmensos deportistas españoles como el recientemente fallecido Seve, o Pau Gasol, a Manolo Santana, o Fernando Alonso, o Ángel Nieto –todos ellos pioneros de la excelencia–, creo que Rafael Nadal ocupa la cima. Un dato para la curiosidad. Los seis han roto todas las barreras establecidas y han sido, sobre todo, orgullosos embajadores de España. Los mejores. Y los seis, fuera del deporte, son personas formidables, sencillas y contrarias al divismo y la prepotencia. -¡Roger, Roger, Roger, Roger!- Pues nada. Otro año será. La Copa de los Mosqueteros, por sexta vez, a Manacor. Bueno, una réplica de menor tamaño, porque la original se la quedan en París. ¿Y para qué? Para entregársela a Rafael Nadal por séptima vez en el próximo junio. Voilà.
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