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Un hogar por Cecilia García

La Razón
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De común, cuando arrecia el frío buscamos acomodo en el hogar, al que convertimos en un fortín donde nos recluimos hasta que escampe. Los que tenemos casa, claro, porque hay personas se ven todos los días –en las calles, en las plazas, antes de entrar al metro, en los cajeros de los bancos–, que han hecho de la calle su hogar. Como mucho un colchón y como poco un par de cartones. Ahora, el Ayuntamiento de Madrid les ha puesto un autobús. Bien, yo siempre sé dónde voy cuando cojo un autobús, ellos lo pueden coger sin saber su dirección. No la necesitan, será mejor que el punto de destino seguro.

Sin embargo no ignoro la resistencia pasiva de muchos indigentes que se resisten a ir a un centro social y prefieren administrar su tiempo y sus escasos céntimos de euros en las calles. Se sienten atrapados en los albergues o comedores sociales, dicen, sin darse cuenta de que sí que están atrapados y esclavizados por adicciones, un orgullo mal deglutido y demás condiciones del alma humana que nos limitan. Sería bueno que, en vez de quedarse en la parada a verlas venir, se subieran al autobús para encontrar un acomodo que no sea tan inhóspito como la calle vista desde un cartón. Escribir de esto es fácil, vivirlo no, pero si se empatiza con algunos de ellos se llega a la conclusión de que el autobús es como el tren: mejor cogerlo a tiempo que lamentarnos por haberlo dejado pasar.