FARC
El primero de la fila
El exilio, la clandestinidad, la muerte o la cárcel. La guerra de Libia está marcando un punto de inflexión en la ola de levantamientos que, se dio por hecho, barrerían una tras otra las tiranías árabes y musulmanas. Pero sea cual sea el ritmo de los procesos, uno de los cuatro destinos señalados será el que espere a cada uno de los sátrapas que eventualmente caigan en desgracia de su pueblo o de la comunidad internacional.
Mubarak pasó, en 24 horas, de ser un respetable dirigente que garantizaba la estabilidad de una de las torres en el revoltoso tablero de Oriente Medio, a ser un despreciable dictador que ponía en riesgo las libertades y las vidas de sus conciudadanos. De sostenerlo diplomática, militar y financieramente, Occidente pasó a marcarlo con una cruz como a un paria y promover su incruento derrocamiento.
Pero no fue así. Su descabezamiento como faraón dejó sangre derramada y puso al descubierto una fortuna amasada mediante el latrocinio. Ahora deberá responder ante los tribunales de los dos cargos fundamentales que podrían pesar sobre cualquiera de los caudillos que se envuelven en la bandera del islam para legitimar sus atrocidades y sus desfalcos. Por una parte, haber robado millones de dólares sin freno. Por otra, haber torturado y aniquilado a quienes reclamaban siquiera una bocanada de democracia.
Quienes tengan la responsabilidad de juzgar a Mubarak deberán cuidar la ejemplaridad del proceso. Ante los más terribles delitos, tan perniciosa es la impunidad como venenosa la aplicación de la venganza. Y no es difícil caer en esta tentación. La borrachera del triunfo de la revolución podría dejar como resaca peligrosos dolores de cabeza.
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