Roma

Tormenta de fe en Cuatro Vientos

«Que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad». La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), esas olimpiadas de la fe católica que hoy concluyen tras seis días de celebraciones, alcanzaron su cénit con la vigilia de oración celebrada anoche en el aeródromo madrileño de Cuatro Vientos. El Papa animó a los dos millones de peregrinos congregados, según los organizadores, a que se mantuviesen «arraigados en la fe» frente a la cultura «relativista dominante», que «renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad».

El momento más esperado de la JMJ se vivió bajo una intensa lluvia
El momento más esperado de la JMJ se vivió bajo una intensa lluvialarazon

La inyección de fuerza moral que el Pontífice insufló a los jóvenes provenientes de 193 países diferentes provocó la apoteosis en la gigantesca explanada de Cuatro Vientos, cuyos 10 kilómetros cuadrados se quedaron ayer pequeños. Hubo incluso peregrinos que no pudieron acceder al recinto por motivos de seguridad. No importaron las casi diez horas al sol con más de 40º de temperatura de la espera ni el viento y la fuerte lluvia que arreciaron durante la ceremonia: la alegría, las canciones y, sobre todo, la fuerza de la fe impelieron a los participantes en la vigilia. El Papa agradeció el «sacrificio».

Sólo el aguacero interrumpió durante un tiempo la ceremonia, lo que no hizo que Benedicto XVI, quien fue protegido del agua con varios paraguas por parte de su séquito, perdiera la perenne sonrisa que lució durante toda la noche. Los organizadores pidieron a los presentes que rezaran para que amainase la tormenta, lo que tras unos buenos minutos de espera, surtió efecto. El obispo de Roma se mantuvo firme y alegre y agradeció a los jóvenes su «resistencia», pero tuvo que acortar su discurso. «Nuestra fuerza es mayor que la lluvia. El Señor con la lluvia nos manda tantas bendiciones. También con esto sois un ejemplo», señaló, exaltando el aguante ante las dificultades de los congregados, entre los que se encontraban los Príncipes de Asturias, quienes recibieron al Santo Padre a su llegada.

Los jóvenes aguantaron todas las inclemencias del tiempo, pero aun así se registraron algunas incidencias: la tormenta tumbó un poste de luz, dañó el revestimiento de parte del altar mayor y provocó la caída de varias carpas de oración, una de las cuales alcanzó a siete personas que resultaron heridas de diversa consideración, ninguna grave.

El Papa subrayaba en su texto a los jóvenes uno de los pilares de la fe cristiana, pero que en nuestra sociedad parece olvidarse: «Sí, queridos, Dios nos ama. Esta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios». Para cultivar este amor hay que mantenerse firmes en la fe, explicó Benedicto XVI, que aseguraba que ésta no era «una simple aceptación de unas verdades abstractas», sino «una relación íntima con Cristo».

Las palabras del Papa eran una respuesta a las preguntas que le formularon cinco jóvenes de proveniencias y lenguas diversas. A ellos y a todos los asistentes les dijo que si permanecen «en el amor de Cristo», superarán las «contrariedades y sufrimientos» y alcanzarán «la raíz del gozo y la alegría». Refiriéndose a una chica filipina que le pidió indicaciones sobre cómo alcanzar el éxito en la sociedad actual manteniendo sus principios cristianos, el obispo de Roma dijo que la fe «no se opone a vuestros ideales más altos». Ésta, al contrario, «los exalta y perfecciona».

Robert, un muchacho de Estados Unidos, le preguntó a Benedicto XVI acerca de cómo vivir la vocación al matrimonio en la sociedad actual, en la que muchos jóvenes «no siguen la moral sexual de la Iglesia católica». El Papa recogía este argumento invitando a los jóvenes a pedir a Dios a que les ayudase «para descubrir su vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad». «Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga». Luego tenía previsto hablar el Pontífice de tres vocaciones: el matrimonio, el sacerdocio y la vida consagrada. Del primero afirmaba que es una unión entre «un hombre y una mujer», formando una sola carne. Del sacerdocio y la vida religiosa señalaba que era «hermoso» saber que «Jesús te toca».

Bendición final

Tras las palabras del Papa se pasó al momento central de la vigilia, la adoración. El Papa consagró a los jóvenes al Sagrado Corazón de Jesus y bendijo a todos los congregados, quienes entonaron el himno «Cantemos al Amor de los Amores». Tocado con la mitra y el báculo, Benedicto XVI presidió la adoración eucarística. Mientras, los jóvenes pudieron admirar la custodia, donde reposaba el Santísimo Sacramento, en medio de un impresionante silencio. La custodia empleada en la vigilia es una joya de la orfebrería. Construida en 1524, es conocida por usarse en la procesión del Corpus Christi de Toledo.

«Hemos vivido una aventura juntos. Firmes en la fe, habéis resistido la lluvia. Buenas noches a todos y gracias por el sacrificio que habéis hecho». Con estas palabras despidió el Papa a los peregrinos.

Tras la ceremonia, cientos de miles de jóvenes pasaron la noche en la explanada de Cuatro Vientos, donde hoy se celebrará la Santa Misa que concluirá los seis días que ha durado la XXVI JMJ celebrada en Madrid.


«No, nos quedamos»
Antes de superar las 21:30, comenzaron a caer las primeras gotas que, en pocos minutos, se convirtieron en tormenta. El viento empezó a mover el escenario, la cruz de los jóvenes cayó al suelo y los miles de paraguas de los peregrinos luchaban por no salir volando. El Santo Padre, en un primer momento, se asustó, pero en seguida reaccionó y su sonrisa volvió a aparecer. Parecía que se iba a interrumpir la vigilia cuando el maestro de ceremonias preguntó: «Santo Padre, ¿nos marchamos o continuamos?» La respuesta fue rotunda: «No, nos quedamos», contestó el Santo Padre. A las 21:52, la ceremonia continuó: «Gracias por vuestra alegría», animó el Papa. «El Señor, con la lluvia, nos manda sus bendiciones», añadió.