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El escribidor

La Razón
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Desde la puerta de La Crónica Santiago observa la avenida Tacna, sin amor. Cuándo se jodió el Peru, Zavalita... Escribo de memoria pero la frase es casi textual en el inicio de una de las novelas que más me han impresionado en mi vida de lector compulsivo. «Conversación en la Catedral», un bar de mala muerte en las cercanías de las perrera de Lima, tiene todos los ingredientes de la gran narrativa de la que Mario Vargas Llosa es un maestro desde mucho antes de que la Academia Sueca se dignase a otorgarle el Premio Nobel de Literatura la pasada semana. En estos días he leído multitud de artículos sobre su obra y su persona con un común denominador en los que lo han hecho a favor: sus posiciones políticas. Bueno, los que lo han hecho en contra también han incidido en ello pero con argumentos diametralmente opuestos. No me interesa nada lo que Vargas Llosa pueda ser ahora mismo, y aún menos lo que haya sido, en ese terreno. El autor de «Los Jefes», «Los Cachorros», «La Ciudad y los Perros», «La Casa Verde», «Pantaleón y las Visitadoras», «La Tía Julia y el Escribidor», «La Fiesta del Chivo», «Lituma en los Andes»... En fin Marito, Varguitas, es por encima de cualquier consideración uno de los mejores contadores de historias que ha dado la literatura universal. Yo quise ser periodista leyendo sus libros, y dedicarme a la radio, además de por llevarlo en la sangre, en los genes, porque quería ser el joven de dieciocho años que escribía boletines en un altillo de Radio Panamericana con una vieja Remington, al lado de un ayudante que bien podría ser el antecedente de no pocos colegas que prefieren el tremendismo a la realidad, y sacando tiempo para iniciarse en la carrera literaria. Tuve la suerte en mi adolescencia de conocer a los grandes actores radiofónicos, y algunos de los mejores escribidores, según la definición de Vargas Llosa, de seriales, y aquella magia se podía vivir con toda intensidad en «La Tía Julia y el Escribidor» a poco que prestáramos un poco de nuestra imaginación a la que de manera desbordante ponía el autor. Éstas son las señas de identidad esenciales del nuevo Premio Nobel. Su enorme capacidad creativa, la fluidez y riqueza de su lenguaje, y su habilidad para llegar al alma de las cosas que narra. Todas las semanas entro en alguna librería para preguntar si ha salido ya su nueva novela. Sé de sobra que hasta los primeros días de noviembre no estará en los escaparates, pero una fuerza superior a mi cabeza que sabe que aún la están peinando, me hace repetir la pregunta sábado tras sábado. Ya se que además Vargas es un hombre comprometido con la libertad, la de verdad, la que no discrimina maniqueamente entre izquierda o derecha. Pero eso es lo normal cuando al talento se suma la decencia. Cuándo se jodió España, nos preguntamos hoy muchos ciudadanos de este país mirando, sin amor, cualquier avenida.