Comunidad de Madrid
48 horas de «rally» mortal
Un Guardia Civil abate a un hombre que huía de un control en Villamanta
Para hacer honor a su alias, «El espía», Ricardo no dudó en volver a hacerse pasar por agente de la ley. «Soy policía, no pasa nada», fue la última frase que alguien oyó de su boca antes de morir. Eran cerca de las doce y media de la madrugada del lunes y acababa de empezar una persecución por carretera que culminaría en tragedia.
Minutos antes de su actuación como agente, un accidente había puesto en alerta a la Guardia Civil de Ávila, los miembros del Instituto Armado que se acercaron al lugar del suceso –la localidad abulense de Sotillo de la Adrada, muy cerca de los límites de la Comunidad de Madrid– se toparon, sin saberlo, con Ricardo Hernández Caballero, un enfermo mental con antecedentes que se encontraba, en ese mismo momento, en busca y captura.
Pero como los agentes no poseen facultades adivinatorias, tan sólo vieron un varón subido a un Renault Laguna gris. Se acercaron y le preguntaron, él respondió con la voz de su alter ego, y pisó el acelerador dirección a la capital.
Instantes después se ponía en marcha un dispositivo especial para frenar los instintos agresivos de Ricardo. La Guardia Civil sabía que «El espía» era peligroso. No sólo por su currículum infringiendo el código penal, sino porque el día anterior, el sábado, ya había cargado contra dos controles de tráfico del Instituto Armado. Uno en la localidad madrileña de Cenicientos y otro en Toledo.
Suplantación de identidad
Además, Hernández Caballero, era un viejo conocido de la segunda compañía de la Guardia Civil de Madrid. Tenía antecedentes y últimamente estaba descontrolado. Consumo de drogas, robo, intento de violación, tenencia ilícita de armas, conducción temeraria, y por supuesto, suplantación de identidad en hasta cinco ocasiones.
De este último delito es de donde viene su alias, «El espía». Solía presentarse como agente de la ley para cometer sus fechorías. Por todo esto, la Guardia Civil sabía que no era un simple kamikaze y puso a catorce agentes en siete patrullas para darle caza por la M-501, la carretera de los pantanos.
Poco tardó en producirse otra llamada a emergencias. En esta ocasión era una pareja. El azar quiso que se cruzaran con Ricardo en la calzada y «El espía» la emprendió con ellos. Intentó sacarles de la carretera e hirió a la mujer que se golpeó en la cabeza tras la brutal embestida. «Era un Renault Laguna gris, un hombre solo», avisaron asustados a las fuerzas de seguridad.
Era él, no había duda. El dato por lo menos les permitía saber el punto exacto de Hernández. El dispositivo se acercaba y había que detenerle antes de que algún otro conductor se viese envuelto en un accidente y alguien resultase herido.
Finalmente, Ricardo se vio las caras con el primer control que esperaba para detenerle, la altura de Navas del Rey. Dos patrullas de la Guardia Civil en la carretera. Iba a por todas y, tal y como hizo el sábado, no dudó. Aceleró y embistió a uno de los coches policiales.
Tres vueltas de campana
El golpe fue tan fuerte que el vehículo dio tres vueltas de campana. «El espía» proseguía su huida sin saber si los agentes estaban heridos graves. Afortunadamente, tan sólo presentaban contusiones leves y la otra patrulla le seguía los pasos.
En cualquier caso, la huida hacia delante continuaba, aunque esta vez, Ricardo tenía una sombra detrás. La carretera le llevó a Villamanta, allí, le estaban esperando otras dos patrullas del Instituto Armado, pero no les había dado tiempo a colocar en la calzada el alambre de pinchos que buscaba pincharle las ruedas, todo había sido muy rápido en los últimos instantes, más de una hora desde el incidente en Ávila.
Al toparse con el control, Ricardo se dio cuenta de que no podría atravesarlo, los coches policiales le cortaban el paso. Esta vez, no iba a ser tan fácil burlar el dispositivo policial. Sin embargo, Hernández Caballero, no estaba en sus cabales. Así que, tal y como había hecho con anterioridad, arrolló a un agente que se estampó contra una de las patrullas.
Sus compañeros pudieron acercarse al Renault, uno de ellos incluso intentó romper el cristal con una de las manos, pero no pudo. Ricardo dio marcha atrás, pero la patrulla que le pisaba los talones no le iba a dejar huir. Pisó de nuevo a fondo el acelerador, según relataron los agentes, para rematar al que había arrollado. Otro agente sacó un arma y le disparó. Murió en el acto.
Ricardo, alias «el espía»
Ricardo era un tipo normal únicamente cuando permitía que la química hiciera su trabajo y regulase su cerebro. Sin la medicación, se convertía en «El espía», un tipo violento que no dudaba en usar la fuerza física y que atemorizaba a todo aquel que se le acercaba. Tenía un trastorno bipolar y sufría grandes y fuertes cambios de ánimo, desde la euforia hasta la más profunda depresión, pasando por etapas muy irritables. Por eso, su mujer dijo basta y le abandonó. Perdió no sólo a su compañera sino también a su hija, que tiene once años. La separación le obligó a vivir con su madre en Cadalso de los Vidrios. Ricardo tenía cinco hermanos, con todos se fue a vivir a Pinto cuando el patriarca murió. Tiempo después, la familia volvió a Cadalso donde él vivía con su madre. Pero ni siquiera ella se veía capaz de convivir con alguien a quien quería y temía en la misma medida. Su progenitora tampoco aguantó y se mudó a la zona de Fuenlabrada. Cuentan que hacía un mes y medio que había abandonado la medicación y estaba descontrolado.
«Algo así se veía venir»: los vecinos de Ricardo concían sus problemas mentales
Por A. Castellón
Las sensaciones dentro de Cadalso de los Vidrios son para todos los gustos. El pueblo se despertó ayer con la brutal noticia de que uno de sus vecinos había sido disparado después de intentar atropellar a varios agentes de la Benemérita. Hay quienes no quieren hablar del asunto, quienes no dudan en contar la dramática historia familiar o quienes prefieren mantener la cautela por respeto, ya que Ricardo Hernández Caballero, a sus 38 años, padecía un trastorno bipolar. Pero lo cierto es que ayer no se hablaba de otra cosa en este pequeño pueblo situado al suroeste de la Comunidad de Madrid, de menos de 3.000 habitantes.
Ricardo siempre despertó la compasión de muchos de sus vecinos porque perdió a su padre cuando era un crío. «Su madre siempre ha sido una mujer muy trabajadora, lo ha dado todo por sus hijos», afirmaba un vecino de Cadalso que prefiere mantener el anonimato. «De hecho, era ella la que se encargaba de dar la medicación a su hijo enfermo».
Pero en Cadalso de los Vidrios les perdieron un poco la pista cuando, tras la muerte del progenitor, la familia se trasladó a vivir a Pinto. Sin embargo, Ricardo y sus hermanos seguían visitando el pueblo donde pasaron su infancia. «Venían muy a menudo», comentaba ayer otro vecino del pueblo que vivía cerca de la casa que la familia poseía cerca de la farmacia. «De hecho, hace tres o cuatro días Ricardo estuvo por aquí», comentaba, aún sobrecogido por la noticia, otro vecino de la zona.
«Antes venía mucho con su mujer, Belén, y con su hija», recordó el mismo vecino, «pero desde que se separaron, a él se le veía un poco raro. Hablaba menos con la gente del pueblo y se le notaba más distante. Esto se veía venir».
«Un hombre normal»
Algunos vecinos veían a Ricardo como un hombre normal y no tenían nunca se percataron del trastorno que padecía. «Yo coincidía mucho con él sacando al perro, pero nunca pensé que tuviera ningún problema. Conmigo siempre ha sido muy amable», comentaba otro vecino de este tranquilo pueblo.
La noticia de la muerte de este hombre ha alterado la vida y la convivencia vecinal de Cadalso. A pesar de que ya no fuera vecino, en el pueblo la gente lo recordaba ayer con bastante cariño y sobrecogidos por su trágica muerte.
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