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«Con un cambio de Gobierno seguro que a peor no vamos a ir»
Las oficinas del INEM han rejuvenecido. Sus filas ya no las copan los mayores de cuarenta, sino los menores de 25. En la mayoría de los casos, buscan su primera oportunidad. Pero pocos la consiguen. Cada mes la cifra es más preocupante y se asienta la idea de una «generación perdida».
El pesimismo no sólo se adueña de la juventud por su miedo a no labrarse un futuro profesional, sino porque se han convertido en una carga para sus familias, donde no son los únicos en desempleo. Así lo explica Bidane, de 25 años, que acaba de terminar la carrera de Turismo. A pesar de las prácticas que ha realizado en varios hoteles, «no encuentro nada, ni veo que me pueda salir», afirma a la salida de una oficina de empleo madrileña. Se ha inscrito en las listas para «optar a algún curso». La acompaña su madre. Tiene 55 años y lleva tres días sin trabajo: «Los recortes sociales afectan a todos. Soy trabajadora social y me habían contratado para llevar a cabo la nueva ley de dependencia, pero parece que no va a salir», dice. Mientras madre e hija cuentan su historia, no cesan de entrar y salir menores de treinta de las oficinas. Deborah, de 25 años, espera en la puerta a que le toque su turno. Es madre de un bebé al que hace numerosas carantoñas. «Soy peluquera y dejé el trabajo porque las condiciones eran infrahumanas». Y añade: «No pido nada concreto, me basta con encontrar un trabajo». Esta frase es la más repetida entre los parados y, en especial, los jóvenes. «Un cambio de Gobierno no sé si mejoraría las cosas, pero seguro que peor no podemos ir». La duda que muestra Silvia, de 26 años y licenciada en Geología, la mantienen la mayoría. Lleva un año y medio buscando trabajo y no falta a su cita con el INEM. «Jamás me ha llegado una oferta de trabajo de la Administración. No hay», asegura. «Existe la crisis, sí, y el pequeño comerciante la sufre. Pero muchas empresas la usan como excusa», critica, mientras Dani, que busca empleo como responsable de marketing y eventos.
La experiencia de hacer «cola» es dura. Así lo reconoce Marta, psicóloga. «Te sientes infravalorado», dice. Marta, de 25 años, compagina un «master» universitario con algún trabajo temporal de dependienta. Pero cada vez lo ve más claro: «La solución es irse». Se ha dado un plazo: las Navidades del año que viene. Si no tiene trabajo, se irá de España.
Marcos es de los más jóvenes. Acaba de cumplir 20 años y quiere ser militar, pero primero tiene que echar una mano en casa porque su madre también está en paro después de trabajar durante 17 años. El hándicap de Marcos es que no tiene el título de Secundaria y, por eso, «no puedo optar a cuerpo de Artillería», donde le gustaría trabajar.
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