De fantástico tiene poco

Cuando Bruno Bettelheim descifró los códigos psicoanalíticos de los cuentos infantiles, reivindicándolos como valiosos instrumentos para liberar las pulsiones de un ego en proceso de formación, no sabía el rendimiento que el cine iba a sacar de sus creativas relecturas. Sin ir más lejos, da la impresión que Antonio Chavarrías se ha repasado las obras completas de Bettelheim para dirigir «Dictado». En ella se dan cita muchos de los conflictos emocionales que afectan a los niños, y que se reflejan, de forma simbólica, en la sintaxis de las fábulas clásicas. La soledad y el abandono, el complejo de Edipo y el fantasma del incesto sobrevuelan una historia que tiene a su ogro, a su hada madrina y a su Caperucita Roja instalados en un piso anónimo de Barcelona, mientras la culpa de un crimen cometido veinte años atrás envenena sus vidas.

En «Dictado» existe el terco empeño de plantar estos arquetipos en tierra firme, de darles un baño de realidad, de modo que la fábula aparezca ante nuestros ojos como una tragedia costumbrista que a veces se escora hacia el gran guiñol. Es una pena que Chavarrías no haya escogido el camino de lo grotesco, porque alguna escena –el suicidio del padre en la bañera, con la hija empapada en agua sangrienta– revela su talento para ello. Por desgracia, ha preferido reprimir la puesta en escena y envasar al vacío las interpretaciones. El forzado naturalismo se pelea a muerte con los delirios de la trama, y el resultado es una película desenfocada, insegura, que no tiene ni la menor idea de lo que quiere ser, si un thriller sobrenatural, un drama familiar, un cuento de terror gótico, o, simplemente, una película hecha a remolque de la tan temida moda del nuevo fantástico español.