Libros

San Sebastián

Esperanza Aguirre: Sí puedo luchar contra el cáncer

«Yes, I can». Sí, puedo. Puede. Como tantas otras mujeres, Esperanza Aguirre, pude luchar contra el cáncer de mama. Por unos días, ese despacho instalado en el «kilómetro cero» estará vacío. La oscuridad acariciará las fotos de su marido, sus hijos, su nieta.

La Razón
La RazónLa Razón

Las viñetas de Mingote, la maqueta del helicóptero que evoca el accidente del que salió ilesa, el capote, regalo de su torero favorito, Cayetano Rivera, y las decenas de carpetas apiladas. Porque Esperanza Aguirre ha trasladado, por unos días, su cuartel general al corazón del barrio de Malasaña. Al Palacete de los Valdés, su casa.

 No decía toda la verdad cuando anunció el lunes pasado, tras inaugurar una carretera, que tendría que abandonar temporalmente la política porque tenía que someterse a una operación, tras haberle sido detectado un cáncer de mama. La cirugía era cierta; su promesa de baja, relativa. «Mantuvo su agenda hasta ese día –asegura su hermana Piedad–, y a mí me habló de su operación el domingo. Esperanza es así: hace cosas que no podría aguantar nadie, como llevar veinte años durmiendo cuatro horas. No se cansa, no coge un catarro. No hay nada que le guste más que la política... Bueno, sí. Su debilidad: su nieta Beíta, de año y medio».

Pelirroja de nacimiento

Cuesta imaginar que esta mujer exigente que bordea la impaciencia al increpar a sus colaboradores, llegara a la política por falta de asertividad. Pedro Schwartz, a quien considera su maestro político, le pidió que se presentase en las municipales de 1983 de aquella diminuta Unión Liberal –«cabíamos en un taxi y encima lo pagaba Fraga»–, y se resistió. Por entonces era subdirectora general en el Ministerio de Cultura y acababa de tener a su segundo hijo, Álvaro. El maestro terminó convenciéndola. «Si la política tiene tantos novios –pensó–, será por algo». Y probó. Desembarcaría en AP, en el PP, sería ministra con Aznar, primera mujer presidenta del Senado y de una Comunidad Autónoma. Pero pocos saben que una personalidad se fragua a golpe de múltiples politonos, en las industrias y andanzas de una infancia y adolescencia.

«Al nacer era pelirroja –cuenta su hermana–. Había heredado la genética de la abuela de mi padre, Mariana O´Neill, que era irlandesa. Aún hoy, sigue siendo muy británica en su manera de ser y en su visión política. Incluso buena parte de sus lecturas han sido de literatura anglosajona». Esa niña responsable se convirtió en la mayor de ocho hermanos y, a decir de sus compañeros del British Council, «era muy inteligente, brillante y sacaba excelentes calificaciones», recuerda Arturo Fernández, vicepresidente de la CEOE y alumno del colegio.

«Pero nada empollona –matiza Alfonso Ussía–. ¡No sé de donde sacaba el tiempo, pero hacía una vida normal, ayudaba a sus hermanos con los deberes, no se privaba de diversión ni de deporte y sacaba unas notazas».

Su prima, la artista Ouka Lele (Bárbara Allende Gil de Bidema), aporta su propio ángulo a la caleidoscópica infancia de ambas: «Cuando niña, me quedaba embelesada cuando se reunían los Gil de Biedma, el simple hecho de escucharles era una auténtica delicia, y su audaz utilización del lenguaje, además del refinadísimo humor era un verdadero ejercicio de sabiduría». Una niña sagaz, crecía en el feliz hogar de los Aguirre. Albert Boadella, el dramaturgo director de los Teatros del Canal (una apuesta muy personal de la presidenta), resume su perspicacia: «Cuando le llevé el programa impreso de la actual temporada, entre cuarenta espectáculos cazó al instante el único fallo que había: no figuraba el autor en el anuncio de «Castigo sin Venganza». «¿Qué pasa con Lope? Me preguntó».

El escritor y periodista Alfonso Ussía, amén de primo por parte de su mujer y cuñado, conoce a Esperanza Aguirre desde la infancia: «Veraneábamos las dos familias en San Sebastián. En el mismo edificio: nosotros en el sexto y los Aguirre en el cuarto. Éramos pareja de tenis, y, pese a ser una ganadora nata, no era muy competitiva. Éramos tan malos, ¡que no llegamos a ganar nada! Perdíamos en el primer partido del campeonato... Luego vino el golf, que se le ha dado de perlas». Al parecer, las motivaciones que le acercaron a este deporte fueron más medulares. Cuentan que le importaba muy poco, hasta que conoció al que sería su marido –golfista aficionado y miembro de la federación internacional–. Fue entonces cuando le pidió a su madre que le permitiera dar clases con su profesor. Tanto se afanó en el «drive» que ha llegado a tener «Handicap 3».

Pero no era la primera vez que el tesón la conducía a superar algo para lo que no tenía una notoria inclinación. Siendo estudiante, decidió que tenía que aprender a bailar sevillanas y su familia, en premio a las buenas calificaciones, le pagó un profesor de flamenco, que la convirtió en la excelente bailarina que hoy es.

Y un poco por el golf y un mucho «porque era una mujer bellísima –como recuerda el ex ministro Jesús Posadas, amigo de Esperanza Aguirre desde hace tres décadas–, se enamoró de Fernando». En 1974 se casó con Fernando Ramírez de Haro, Conde de Murillo –que se dedica a la ganadería–, no sin antes terminar la carrera de Derecho.

Aquella jovencita que iba a los guateques con quien luego sería ministro de Administraciones Públicas (Jesús Posadas), y que acudía con su amigo y primo Ussía a conciertos de Jorge Cafrune o los Chalchaleros, «y cantaba muy bien», como todos recuerdan –formó parte del coro de su segundo colegio La Asunción–, decidió pasar por el altar con quien sería el gran cómplice de su vida, «después de haberle dado mucha vergüenza ajena los hombres que manifestaban en exceso sus formas afectivas».

Póquer y ambición

Vestida de Balenciaga y el mismo día en que su hermana Isabel. «Mi madre –cuenta Piedad–, con 47 años se quedó embarazada de nuestra hermana pequeña y les comentó a las dos que a uno de los dos enlaces que estaban programando, no podría asistir. Esperanza le propuso a su hermana hacerlo el mismo día». Como anécdota de boda, su marido olvidó ir a por las alianzas de la joyería porque había ido a recoger la papeleta de la última asignatura de la carrera, y tuvieron que casarse con anillos prestados por los testigos».

Dicen quienes les conocen, que se llevan de maravilla. Que ella no podría haber hecho ni la mitad sin su apoyo. Tampoco sacar adelante a sus dos hijos, porque, según confiesa la propia Aguirre, el gran educador, paciente y dialogante, es su marido, porque ella es muy blanda. Verles juntos, en una de las partidas de cartas a las que son tan aficionados, «es increíble –asegura su hermana–: se gustan muchísimo, se ríen de las mismas cosas, se tiran pullas divertidísimas... Fernando es la gran suerte de Esperanza».

Los naipes son una constante en la vida de la presidenta. Sabe jugar a todo: al mus, a la canasta, al king, al bridge. Jesús Posadas recuerda la época final del Gobierno de González y el principio de Aznar, cuando retomaron su amistad: «Quedábamos cinco matrimonios para jugar al póquer, con la única condición de que hubiera dos mesas, para que marido y mujer no fueran contrincantes. Nos reíamos mucho y ella ganaba casi siempre».

De aquella época, su amigo y vecino Fernando Sánchez Dragó recuerda un episodio: «La tarde anterior al día en que la nombraron ministra de cultura, me encontré con ella al doblar la esquina. Nos saludamos, hablamos un ratito, le pregunté que si iba a tener algún cargo en el Gobierno y me dijo (su sinceridad era evidente): "no tengo ni idea. Aznar es hermético y no suelta prenda, pero esta mañana me han llamado de Génova y me han dicho que estuviese cerca del teléfono"». Efectivamente, sonó.

Volviendo a las cartas, Piedad cuenta que son frecuentes las quedadas de hermanas, cuando el tiempo lo permite, para echarse unas partidas. «Es un pretexto para vernos y contarnos nuestras cosas». Bien por su tesón o por su insomnio, saca hueco para la «comida de todos los hermanos y sobrinos en casa de nuestra madre, los miércoles –cuenta Piedad– y los fines de semana, para juntarnos con nuestros hijos y respectivas nietas». La pequeña Beatriz de año y medio –más el varón que está en camino– son la reciente pasión de Esperanza Aguirre. 

«Hay qué ver –explica el vicepresidente de la CEOE– con qué emoción enseña las fotos que lleva en su móvil». La pequeña habla, toca el pianillo de juguete, canturrea y juega con las gafas de la abuela... Los niños le fascinan. No en vano, cuando opositaba al Cuerpo de Técnicos Superiores del Estado, se le pasó por la cabeza dirigir una guardería para ayudar a las mujeres trabajadoras que quisieran tener niños. Es frecuente que, descalza y enfundada en vaqueros, prepare paellas y croquetas los fines de semanas para sus invitados más pequeños, hijos de amigos, sobrinos...

Esta mujer espartana –para quien Vargas Llosa escribió: «Si un día eres alcaldesa, bailaré contigo toda la noche un vals por las calles de Madrid»– adoraba a su padre, José Luis Aguirre, tenía devoción por su abuelo –quien llego a decir: «Si la niña fuera hombre llegaría a ministro– y era sobrina del poeta Jaime Gil de Biedma –a quien trató poco, durante sus veranos de infancia segovianos–. La política, que compra su ropa en Zara –salvo los trajes de recepción que le cose la modista de su tía Malu-, tiene pocas debilidades salvo tomar el sol, coleccionar broches y leer biografías políticas. Para unos, encarna la ambición política, tan legítima en la profesión; para otros, representa la nueva Margaret Thatcher. Lo único cierto es que, en dos semanas, se volverá a encender la luz de su despacho de Presidencia, y cruzará el umbral esta mujer de ancho verbo y afilada biología política. Ya verán: unas elecciones le esperan a la vuelta de la esquina.