Historia
Foto apaisada por José Luis Alvite
Alguien me aseguró de madrugada hace años que en el crimen organizado, como en el periodismo, lo que cuenta es condensar la idea más compleja en la frase más sencilla. Creo recordar que fue el mafioso Pepe Bahana quien me llamó a su oficina en el garito que regentaba y me dijo algo que nunca olvidé: «Lo importantes es que lo que tú pienses se parezca en algo a lo que el otro entienda. Un tipo puede no entender el motivo por el que lo matas, pero si eres claro y conciso, al menos entenderá la razón por la que muere». Claridad, concisión... Aquel tipo seguramente tenía razón y conectaba con la visión de los mafiosos de antes, que tenían claro que, si se sabía manejar bien, en cualquier discusión un bate de béisbol ahorraba mucha literatura. En las ficciones del Savoy conocí hace años a un tipo que presumía de controlar la conciencia en función del peso que arrojasen en la báscula sus víctimas. Sostenía que la muerte de un tipo grande, de aspecto farragoso, le causaba menos remordimiento que la de cualquier individuo delgado, «entre otras razones porque la delgadez casi sinóptica de un hombre es tan pegadiza como un aforismo y tan difícil de olvidar como un refrán». Si no recuerdo mal, fue el columnista Chester Newman quien me comentó que los excesos narrativos empañan el resultado que se pretende obtener y que nada describe mejor el rostro de una mujer que una frase del tamaño de los ojos del hombre que la admira. Por lo que supe, a Newman aquella idea se la había revelado al leer en «The Boston Globe» la frase de un veterano reportero: «Para algunos hombres solitarios, la muerte es su última oportunidad de salir destacados en una foto apaisada».
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