Historia
Volar mejor por Ramón TAMAMES
En los últimos artículos en esta sección de Planeta Tierra, me he referido a toda una serie de viajes que recientemente he realizado por el ancho mundo en que vivimos. La mayoría de ellos, inevitablemente por razones de tiempo, en avión. Y por eso mismo –recordando la novela, y la película que resultó de ella, «El turista accidental», de Anne Tyler–, me permitiré algunas reflexiones, en especial para los vuelos más largos.
Ante todo, hay que planear bien el viaje, y escoger las rutas más directas, y cuidar especialmente los enlaces en los aeropuertos: todo lo que sea una espera de más de dos horas de tránsito, se hace tediosamente insoportable.
Luego, hay que buscar un buen libro, pues como incluso la mejor de las novelas no admite atención indefinida, conviene alternar con algún trabajo que se tenga en curso; o recurrir al sudoku (no los practico), o a un buen crucigrama (los mejores, los de Jordi Fortuny en «La Vanguardia»).
Después está la comida: lo más entretenido. Sobre todo si es de buena calidad, cosa que sucede cada vez menos. En cualquier caso, conviene yantar y libar lo suficiente, pero no más; pues de otro modo puede incurrirse en cierta pesadez.
Y queda lo del dormir a bordo. Lo más recomendable: esperar a que el sueño llegue por sí solo; adoptando una posición ergonómica lo más adecuada para que una vez en los territorios de Morfeo, nos quedemos en ellos lo más posible. Los somníferos, poco convenientes; salvo en caso de vuelos superlargos, y siempre sin recurrir a productos adictivos.
Naturalmente el equipaje hay que hacerlo científicamente: lo indispensable, y ni un pañuelo de más. Así que: ¡A volar! Sabiendo, naturalmente –eso es lo más importante–, adónde se va y para qué.
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