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Agallas de cobarde por José Luis Alvite

Es cierto que la crisis económica ha contraído la tasa de divorcios y que a pesar de las desavenencias, las parejas son por ese motivo más estoicas. No se trata de que su resistencia sea un intento de poner a salvo el amor, sino un recurso de urgencia para salvar la contabilidad. Los matrimonios mal avenidos que soportan ahora los inconvenientes de la convivencia no lo hacen para prolongar el amor eternamente, sino porque no conocen una manera más razonable, ni más económica, de que les llegue el dinero a fin de mes. Yo ya renuncié hace tiempo a definir el amor, así que me conformo con mi vieja idea de que se trata de un sentimiento inexplicable que se extingue tan pronto el enamorado entra en razón, tanto como al cabo de años de convivencia se resiente el sexo al encender la luz. Sólo en un cierto periodo jubiloso y exultante de la convivencia matrimonial la mujer con la que estás en la cama es la misma que la mujer en la que piensas. Por otra parte, un considerable porcentaje de hombres casados no sólo no piensan en la mujer con la que se acuestan, sino que para excitarse especulan en silencio con lo feliz que sería su vida si la compartiesen en una cabaña con su cuñado vegetariano. Lo que hace la crisis económica es poner a salvo las poéticas apariencias del amor. En realidad la del matrimonio sigue siendo una institución muy vulnerable, una empresa hermosa, pero precaria, en la que los versos pesan cada día menos que la contabilidad. Se comprende que por culpa del empobrecimiento las parejas resistan en silencio. No deja de ser enternecedora la actitud conservadora de quienes no pudiendo permanecer por amor, aguantan por cobardía. La estoica adaptación a las incomodidades del matrimonio es el claro ejemplo de que a veces se necesita tener agallas para ser cobarde.
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