Londres
Sarkozy al mando
No hace tanto tiempo que Nicolas Sarkozy recibía con todos los honores y bajo palio a Muamar el Gadafi, un controvertido autócrata en busca de legitimidad internacional. Hacía sólo unos meses que el conservador galo ocupaba el Elíseo.
El Coronel viajó a París con su abultada comitiva, sus amazonas-escolta y la inevitable jaima que levantó en los jardines de la residencia que alberga a los jefes de Estado en visita oficial. Se firmaron contratos y se hicieron promesas.
Ahora el líder norafricano ha pasado a encabezar la lista de dictadores intratables y Sarkozy se ha tornado en comandante en jefe de una ofensiva internacional destinada oficialmente a proteger al pueblo libio pero con el propósito de evacuar al recalcitrante mandatario del poder.
Antaño calificado de «respetable» en los círculos sarkozystas, el libio es ahora un «alucinado», responsable de una cruenta masacre de civiles en su país. Un pueblo que el presidente francés se ha propuesto liberar al frente de una acción conjunta de la comunidad internacional.
Tibio en Túnez y Egipto
Una ocasión de amplificar la voz de Francia en el mundo. Una voz enmudecida durante las revueltas populares en Túnez y Egipto, que le valió a la diplomacia gala ser tachada de tibia. Francia fue el primer país en reconocer al Consejo de la oposición libia como «único representante legítimo» y sus aviones los primeros en surcar el cielo de aquel país en labores de reconocimiento, antes incluso de que París convenciera a Londres y Washington de la necesidad de crear una coalición, imponer un espacio de exclusión aérea y atacar selectivamente objetivos estratégicos del régimen de Gadafi, antes de que el Consejo de Seguridad aprobara la resolución 1973, ahora en vigor.
Sarkozy se aseguró también de que su aviación fuera la primera en abrir fuego contra los blindados de las fuerzas leales al dictador, aunque sólo se tratase de aplicar el plan diseñado cuarenta y ocho horas antes con el Pentágono, en una operación en la que Estados Unidos ha decidido permanecer en un segundo plano.
Tomando así la iniciativa, Sarkozy hace una apuesta doblemente arriesgada. En juego: recuperar una estatura internacional que se labró en 2008 mediando en el conflicto ruso-georgiano y al frente de una cruzada contra la crisis financiera internacional. Pero también, en clave interior, mejorar su imagen y estimular una popularidad que registra sus cotas más bajas a un año de las elecciones presidenciales francesas y para las que varias encuestas recientes sitúan al conservador en tercera posición tras el candidato del Partido Socialista y la del ultraderechista Frente Nacional.
«Es la faceta de jugador que caracteriza al presidente de la República. Le gusta asumir riesgos», explica Dominique Moïsim asesor del Instituto Francés de Relaciones Internacionales, que advierte que cuanto más se prolongue la intervención multinacional más difícil será para el dirigente galo.
Sin embargo, pese al cálculo político que numerosos observadores le presuponen, Sarkozy cuenta con el apoyo de la mayoría de la población. Según un sondeo de esta semana, el 66% de los franceses aprueba la decisión del presidente elíseo de tomar las riendas de una operación militar internacional para frenar la sangrienta represión del pueblo libio, mientras que a principios de marzo, antes de que la ONU adoptara la resolución, sólo un 36% era favorable. Esa casi unanimidad popular tiene su paralelismo en la clase política. A excepción del Frente Nacional y los comunistas, el resto de partidos de la oposición aplauden la determinación del líder conservador. «Bastante hemos criticado la pérdida de credibilidad de Francia frente a las revoluciones árabes como para no aplaudir su compromiso con el pueblo libio», admitía el socialista Jean-Marc Ayrault.
Lejos de todo triunfalismo, París no se priva sin embargo de cantar algunos éxitos. Sobre el terreno se están cumpliendo los objetivos, la coalición integra a varios países árabes, y en el plano operativo Francia ha conseguido que el mando total no recaiga en la OTAN como quería Estados Unidos, entre otros países y se reseve el político para la coalición. Partidario únicamente de utilizar las estructuras y los medios de planificación de esta organización, Sarkozy ha rechazado que la Alianza atlántica tome el testigo de una operación que el resto de naciones hubiera interpretado, según él, como una guerra más por parte de Occidente en tierras musulmanas. Y de hecho ha logrado que los integrantes de la coalición, liderada por la terna París-Londres-Washington, conserven el mando político.
La «no injerencia» en los asuntos internos de un país proclamada por el inquilino del Elíseo hace unos meses se ha desvanecido en nombre de la «protección del pueblo libio». Pero pese a que la diplomacia francesa augura que la destrucción de las capacidades militares de Gadafi es «cuestión de días o semanas, pero no de meses», una semana después de que arrancara la operación «Amanecer de la Odisea», los rebeldes avanzan con dificultad y Gadafi, atrincherado, sigue aferrado al poder.
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