
Feria de Bilbao
«Fandanguero» toro para salir de una crisis
Santander. Corrida de Beneficencia. Se lidiaron toros de El Montecillo, bien presentados y muy serios, mansurrones en conjunto. El 1º, exigente y agradecido; el 2º, reservón, rajado y difícil; el 3º, de buen pitón zurdo; el 4º, muy manejable; el 5º, manso y con tres buenas tandas, pero muy a menos; y el 6º, gran toro en la muleta, manseó antes. Tres cuartos largos.El Cid, de burdeos y azabache, estocada caída (silencio); media, dos descabellos (saludos).David Mora, de azul marino y oro, estocada (silencio); estocada, aviso (saludos).Rubén Pinar, de grana y oro, pinchazo, pinchazo hondo, tres descabellos, aviso (silencio); estocada (oreja).

«Fandanguero» fue toro para salir de una crisis. Pero se hizo esperar. Sexto de la tarde. Joya de la corona. Antes salió «Canastero», que era toro viejo, mayor, de los que cuentan de su parte con el resabio. Lo mostró pronto. No regalaba zancada, las tenía contadas. El de Montecillo fue toro serio, de cara, hechuras, como toda la corrida. Subía la media de lo que llevábamos hasta ahora de feria. Toros grandes, de rizos hechos y deshechos sobre la cabeza, serios de pensamiento. Descolgó mucho el cuello en el capote y rondó hasta hacerse fuerte en los terrenos de tablas, cerca a toriles ese segundo. A un mes estaba el toro de cumplir los seis años. Y se le notaban. No en presencia, que también, sino en el espíritu, la mirada, la manera de andar por la plaza. David Mora le plantó cara y pronto acabó allí donde él quería. Después, cuando tomaba el engaño no lo hacía mal, pero hasta que llegaba el momento... Difícil toro.
El quinto manseó en el caballo y tuvo tres tandas de derechazos extraordinarias. Quiso tablas y se desentendió ya del viaje. Mora hilvanó lo bueno en el centro y alargó faena después para rematar a la primera.
La corrida de El Montecillo fue grande de principio a fin. Seria y mayor de edad, mansurrona pero a alguno le dio por embestir con un toro, sexto, que daba alas a soñar con el toreo. Bendito «Fandanguero». Todavía quedaba. El primero fue un señor. Tenía un inconveniente tremendo: hasta que tomaba la muleta en la serie había que tragar una barbaridad: medía por arriba sin humillar, después se desplazaba, atendía al toque. Le tocó a El Cid, que se llevó también a un cuarto más amable, que acudió por ambos pitones con nobleza y repetición. Ambas faenas contaron con el decoro, pero sin cruzar la línea en busca de la emoción.
Pinar tuvo otro cinqueño enfrente en tercer lugar. Este Montecillo sacó buen pitón zurdo y notable la embestida cuando iba sometido, pero la labor de Rubén Pinar rayó en lo anodino, sin poder. Ni bien ni mal ni todo lo contrario.
El mansito sexto puso la cara en la muleta para perder la cabeza. ¡Qué manera de embestir! Al toque, humillado, todo expresión y transmisión, más claro todavía por el derecho. Entre tirón y tirón Pinar le cogió el aire en algunas tandas diestras, que intentaban recompensar al bendito público. Más de dos horas, algunos toros y poco que llevarse para el recuerdo. Acabó de calentar Pinar encadenando circulares. Uno, otro, otro más. ¡Qué buen toro para la muleta, carajo! Viva Fandanguero. Facilón lo hizo Pinar, y facilón se lo llevó. Se tiró a matar de verdad y se quedó con la empuñadura en la mano. Rota la espada. Oreja al esportón. Vacío en el alma.
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