Bélgica
El protocolazo
Dice Felipe González que quienes ahora abuchean a Zapatero eran los mismos que le silbaban a él. O sea, un abultado número de fascistas, porque, según la izquierda española, en España la derecha es tan extrema que se confunde con la ultraderecha.
Una acusación tan interesada como incierta. Ultraderecha hay en Italia, donde la Liga Norte se sienta en el gobierno para sostener a Berlusconi, o en Holanda, Bélgica, Suecia o Hungría, donde los partidos de ultraderecha van al alza. Baste un ejemplo: en las elecciones europeas del año pasado, la extrema derecha sentó representantes de 13 países. Es una obviedad decir que entre ellos no estaba España.
El empeño de los socialistas por sacar a pasear en nuestro país el fantasma de la ultraderecha no es nuevo. A esta provocación jugó Zapatero con insistencia en la primera legislatura, primero dando cobertura al pacto el Tinnell y al cordón sanitario, y luego intentando desbordar el discurso de Mariano Rajoy a cuenta de la memoria histórica, el aborto, el laicismo, la negociación con ETA, los nacionalismos y el Estatuto de Cataluña. Y por ende, dejarle como el único defensor de la nación y los símbolos del Estado. Esto lo recuerdan los votantes, porque tienen memoria, y los asistentes a un acto tan patriótico como el Desfile de las Fuerzas Armadas el día de la Fiesta Nacional.
Tradicionalmente la izquierda encaja mal las críticas. Está en su ADN. Y sólo reacciona cuando se siente concernida. Cuando el Rey acudió a Mestalla, entre las aficiones futboleras de vascos y catalanes, estaba escrito que iba a ser abucheado como luego sucedió. Y nadie del Gobierno salió hablando de protocolos. Es más, desde esta misma tribuna yo escribí que «sólo en España es imaginable que a la entrada del estadio se vendan pitos para silbar al jefe del Estado». Aquélla fue una severa afrenta, pero no ha sido la única: las banderas de España y las fotos de los Reyes se queman con método en Cataluña, y nadie se ha rasgado hasta ahora las vestiduras. Ni siquiera Rajoy, para no ser acusado de ultra.
A la izquierda le irritan tanto las críticas, como le gustan las normas. Y por eso, esta vez, se ha hecho diana, y se nos avanza un protocolazo, una especie de cinta aislante gigantesca para llevar a un recinto cerrado a Zapatero y a los soldados, o para taponar la boca a los asistentes. Dos soluciones que no parecen muy democráticas para un país democrático. Es por lo que, si nos olvidamos de lo que significa censura –que es mucho olvidar–, la idea del Gobierno de hacer un protocolo para ordenar la Fiesta Nacional es cuanto menos una memez, que decaerá por imposible. El presidente lo que tiene que hacer es salir más a la calle, no una vez al año, para comprobar si los pitos de la Fiesta Nacional son aislados o se repiten en otros foros. Y no asomarse solamente a los mítines de seguidores adoctrinados.
✕
Accede a tu cuenta para comentar