Manhattan

DSK..

La Razón
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Lo ocurrido con el francés Dominique Strauss-Kahn en Nueva York ha dado pie a muchos intentos de explicación. Una de las más verosímiles es la que adelanta que DSK no era un político auténtico, profesional. Era un tecnócrata, un funcionario. Brillante, eso sí, pero sin capacidad para evaluar las consecuencias de sus actos en una democracia. Sarkozy, el que iba a ser su rival en las próximas elecciones presidenciales galas, lo dijo muy bien: «Una cosa es la presentación de la candidatura y otra el día después de haberla presentado». Esta explicación suscita a su vez una pregunta acerca de la naturaleza de la sociedad francesa. DSK siempre había sido protegido por sus compatriotas, los mismos que se precian de haber inventado la dimensión política de la «liberté», la «égalité» y la «fraternité». «Liberté» para uno, claro está, y «égalité» para todos, o todas, las demás. De hecho, una parte considerable de los franceses (y de las francesas) se ha indignado, por utilizar el término ominoso, con el descubrimiento de la presunta violación en el hotel de Manhattan. Y eso que el asunto culminaba una larga serie de episodios de acoso sexual por parte de Strauss-Kahn, de los que toda Francia estaba al tanto y que eran objeto de chanza general. Lo que ha molestado es que se destape el «affaire», y muchos franceses han vivido esto como una agresión personal, casi como una violación de su identidad nacional. Retrospectivamente, esta actitud justifica que Sarkozy quisiera lanzar un gran debate sobre esa identidad nacional. Sobre todo si se piensa que los franceses malheridos en su dignidad identitaria solían despreciar a Sarkozy por vulgar –no hay nada peor en Francia– y en cambio estaban dispuestos a respaldar a su rival socialista porque DSK representaba el glamour y la distinción, además de la izquierda, claro está.