Bangkok
Sexo en la «revuelta roja» de Bangkok
Detrás de la recién aplastada protesta de los «camisas rojas» hay una terrible historia de pobreza y esclavitud sexual. Millones de mujeres se ven obligadas a prostituirse en Tailandia, «dragón económico» de Asia
Mientras el Ejército cargaba con blindados y fusiles de asalto contra los rebeldes en el área comercial de Bangkok, en los barrios rojos el mercado del sexo mantenía su ritmo habitual. A pocos metros de la batalla, hervideros de prostitución como Nana Plaza compartían ángulo visual con las barricadas. Algunos soldados y policías entretenían las largas horas de espera con un paseo furtivo entre las luces de neón. Aunque con muchos menos clientes de lo habitual, miles de prostitutas ofrecían sus servicios, por tarifas cercanas a los 20 euros, en las aceras, en las salas de masaje con «final feliz», en los «blow job bar» (bares de sexo oral) y en el resto de locales especializados en una «industria» que mueve, incluso a plena luz del día, barrios enteros de la metrópoli. Una vez que los «camisas rojas» fueron desalojados por los soldados, la Policía y el Ejército se encargaban de hacer cumplir el toque de queda impuesto con arrestos y multas exorbitadas para todo aquel que fuese descubierto en la calle más allá de medianoche. Con la excepción, como no, de un par de sórdidas discotecas donde, ante la escasez de clientes, las tarifas de la meretrices eran todavía más baratas de lo habitual. Por no hablar de lugares como Udon Thani, una capital de provincias situada a tan sólo 50 kilómetros de Laos, donde a las dos de la mañana en las pensiones y hoteluchos seguían entrando sesentones occidentales con camisas de flores, agarrados a la cintura de avispa jovencitas tailandesas, alzadas sobre tacones de aguja, entalladas en escotes hasta el ombligo y bajo una espesa capa de maquillaje. La actividad de los burdeles, una buena parte de los cuales da servicio a los propios tailandeses, es tan sagrada como la de los templos budistas que engalanan con sus techos picudos las alturas de Bangkok. Los propietarios suelen ser miembros intocables de la elite nacional, con conexiones en la política, el Ejército y la Policía. A pesar de que la prostitución está prohibida en el país, las luces rosas nunca se apagan. Se trata de una de las evidencias más llamativas y sangrantes de las desigualdades sociales y de una corrupción institucionalizada sobre la que muchos poderosos sostienen sus mansiones, sus coches deportivos y las cuotas de sus clubes de golf.«Casi todo el dinero que gano lo mando a casa de mi familia, que vive en el campo. Podría encontrar trabajo en otro sitio pero los sueldos son muy bajos. No estoy contenta con mi situación, me aburre estar aquí, pero para mí es la mejor solución, nadie me obliga», explica una chica de 23 años que se identifica como Lisa y que dice simpatizar con la causa de los «camisas roja».La tensión social no ha hecho más que crecer en los últimos años. Especialmente desde que el ex primer ministro, Thaksin Shinawatra (enviado al exilio por un golpe de estado en septiembre de 2006 y principal fuente de financiación de los «camisas rojas»), encendiese la mecha con un discurso nacionalista y populista que, sin embargo, conectó con la frustración de las masas empobrecidas, prometiendo cosas como seguros sociales y créditos blandos para el campo. El perfil de Shinawatra es un reflejo más de las proverbiales contradicciones de Tailandia: su currículum es el de un magnate que no procede de las elites, sino que aprovechó como nadie las oportunidades del «boom» económico. Su fortuna se multiplicó en los cinco años que se mantuvo en el poder, hasta convertirse en el hombre más rico del país.
Sórdidas barras de barSegún un informe de la Universidad Chulalongkorn, en 2004 trabajaban en Tailandia cerca de 3 millones de prostitutas, lo que equivaldría a algo así como el 10 por ciento de la población femenina. Ningún estudio serio ha actualizado la cifra desde entonces, pero las autoridades reconocen que el fenómeno ha seguido aumentando en los últimos seis años. Aún con todo, la proliferación de los burdeles tailandeses va más allá de lo cultural y ha crecido exponencialmente desde los años 80, coincidiendo paradójicamente con el auge económico de la región. Así, desde 1980, el número de meretrices se ha multiplicado por seis. En este periodo no sólo no se ha producido un empobrecimiento del país, sino que entre 1987 y 1996 la economía tailandesa fue la que más creció de todo el mundo, indica Peter Warr, profesor de la Universidad Nacional de Australia y miembro de Centro de Investigación de la Pobreza en Asia-Pacífico. Es más: cifras del Instituto de Desarrollo Social tailandés acreditan que los índices de pobreza extrema se redujeron desde el 44,9 por ciento de 1988 hasta poco más del 10 por ciento en la actualidad.Algunos sociólogos explican el aumento de la prostitución como síntoma del aumento de las expectativas materiales de los tailandeses. «Las desigualdades entre ricos y pobres siguen siendo muy profundas pero no han aumentado en las últimas décadas. La mayoría, incluidos los campesinos, disponen de más recursos económicos que sus padres. Pero, al ver que el país se enriquece y mucha gente se convierte en clase media, reclaman un nivel de vida superior. Cosas que antes eran inaccesibles, como servicios médicos, viviendas de cemento y vehículos, ahora están a su alcance. Prostituirse es una manera para conseguirlo, aunque no se pueden relativizar los dramas que hay detrás de esas historias», comenta Peter Beisson, experto de ST Asia. Según una encuesta realizada en zonas rurales de Isan y que tuvo gran resonancia en la prensa del país, cerca de la mitad de las adolescentes aspiran a casarse con un occidental al acabar el instituto.El movimiento de los «camisas rojas» tiene sus bases electorales y sus principales apoyos fuera de Bangkok, en las zonas más pobres del país. En la región de Isan, la más poblada y donde las rentas medias son más de cuatro veces menos que en la capital, una aplastante mayoría simpatiza con los rebeldes. Al igual que los taxistas que recorren hasta la extenuación las calles de la ciudad y de los obreros de la construcción que se juegan el tipo en precarios andamios, de Isan proceden la mayor parte de las tailandesas que se prostituyen en la capital. Muchas comparten barra con inmigrantes camboyanas, birmanas, vietnamitas y laosianas, víctimas muy a menudo de redes de trata de blancas.Resulta significativo que otro de los caldos de cultivo para la «causa roja» sea la boyante localidad playera de Pattaya, también llamada la «ciudad burdel», y un lugar donde las rentas superan la media nacional. Se trata de un verdadero parque temático del sexo, donde las farmacias publicitan tarros de viagra en oferta, las meretrices chapurrean hasta cinco idiomas y los bares de alterne se dividen temáticamente y por nacionalidades. Hay, por ejemplo, avenidas llenas de prostíbulos con cerveza barata y hamburguesas para los occidentales, plazas donde se ofrecen pipas de agua y comida «halal» para los musulmanes y callejones con vodka y carteles en cirílico para los rusos. «En Pattaya hay muchos "camisas rojas"porque vive mucha gente que ha venido de otras regiones, muchos inmigrantes rurales. La mayoría de las chicas allí no son partidarias de que desaparezcan los locales, porque ganan dinero, pero sí reclaman más atención por parte del Gobierno», asegura una de las coordinadoras del «movimiento rojo» en la «ciudad burdel», que prefiere permanecer en el anonimato por precaución. Pattaya es la primera ciudad en la que el Gobierno accedió a levantar el toque de queda esta semana, para no arruinar la industria del turismo sexual.
Camas en los cinesLa relativa pobreza del campesinado tailandés y las duras condiciones de vida de quienes emigran a la gran ciudad choca con el nivel de vida de las elites urbanas. Los centros comerciales donde disfrutan de su tiempo de ocio se encuentran entre los más lujosos del mundo. Las clases medias y altas ni siquiera comparten con sus compatriotas el clima tropical: viven en un mundo paralelo donde el aire acondicionado les obliga a utilizar ropa de cama y chaquetas, otro rasgo de distinción. Las salas VIP de sus cines permiten ver películas tumbados en una cama, mientras que en sus restaurantes y locales se pude llegar a pagar el sueldo anual de un campesino por una cena con vino francés.No es una casualidad que los «camisas rojas» eligiesen el área donde se encuentran los negocios más opulentos de la capital como base de sus protestas. Uno de ellos, Central World, el que era el segundo centro comercial de Asia, quedó calcinado hasta los cimientos el último día de las protestas. En Bangkok vuelve a reinar la calma, pero los rebeldes prometen volver si las elites siguen ignorando sus problemas y sus anhelos de una vida mejor.
«Hay que atender a las desigualdades»Repeinado, con chaqueta y corbata impecables, el portavoz del Partido Democrático, Atavit Suwannapakdee, es el prototípico miembro de la elite económica tailandesa. Con un inglés excelente, este joven diputado del partido del primer ministro, Abhisit Vejjajiva, aseguró en una entrevista con LA RAZÓN que el actual Gobierno captó hace tiempo el mensaje que llega a Bangkok desde las áreas más pobres del país, de donde proceden la mayor parte de los «camisas rojas». «Vamos a hacer esfuerzos por combatir las desigualdades. Es uno de los puntos centrales de nuestro programa», dijo. La distribución territorial de la riqueza es el principal desafío. En el populoso noreste, el 57 por ciento vive por debajo del umbral de pobreza, cifra que apenas sobrepasa el 0,1 entre quienes nacieron en Bangkok. «Ahora la situación ha vuelto a la calma y la mayoría de los tailandeses quieren vivir en armonía. Muchos han salido a limpiar su ciudad voluntariamente tras los disturbios», añadió. Su partido, sin embargo, ha aplazado la convocatoria de las elecciones alegando que no se dan las «condiciones de seguridad». A sus 30 años, la principal afición de Suwannapakdee es coleccionar coches de época, que permanecen aparcados en su lujosa mansión. Abajo, unas chicas en un bar de Pattaya buscan clientes.
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